08 Nov 2022
09:58 PM
Palabras -
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Al igual que el año pasado el relato está subido tal cual fue enviado a los jueces, así que esperen encontrar horrores y demás atrocidades ortrográficas por su camino
Sin más que decir disfruten del relato que quedo de ¿5to o 6to lugar? ¡Te gane Pyro!

¡Libre de preocupaciones!
La noche ya había caído sobre el campo y la suave brisa nocturna mecía la maleza, cuando una silueta translucida comenzó a dibujarse en mitad de la vereda. Lentamente la forma de un hombre delgado y huesudo se hizo visible por el sendero polvoriento, mientras arrastraba sus pies desnudos por la tierra y ajustaba harapiento saco de yute a su espalda.
Los huesos crujieron por el movimiento y sus pies trastabillaron por el peso, pero no cedieron y, en cambio, aquellas larguiruchas extremidades, continuaron con su movimiento. Así el hombre prosiguió con su lento avance, mientras apretaba el agarre de sus huesudos dedos sobre la cuerda de mimbre, que ataba la boca de su preciada carga.
Mantuvo la cabeza baja y dejó que sus piernas lo guiaran por la oscuridad, así fue durante varios minutos, hasta que un aroma agradable fue traído por la brisa nocturna. Solo en ese momento detuvo su andar y levantó la vista.
Fijó sus ojos hundidos en el denso bosque de copas amarillas, al tiempo que el olor a azufre y ceniza se asentaba en el aire. Extendió una mano y pasó los dedos por la fina capa de polvo en las hojas de un arbusto cercano, hasta limpiar el residuo y manchar la piel pálida de sus manos.
Observó fascinado la suciedad, al tiempo que frotaba sus dedos entre sí, pero los huesos rechinaron y sus pies tropezaron, por lo que el hombre dejó lo que hacía y centró su vista en la vereda polvorienta. En silencio reafirmó el agarre de sus dedos en el mimbre, antes de retomar su caminata discreta, mientras tomaba distancia con aquel bosque y avanzaba sin rumbo por la noche.
Se mantuvo en movimiento por varios minutos o quizás horas, hasta que a un lado del camino se dibujó algo difuso. Rápidamente levantó la mirada y enfocó sus ojos en aquel lugar, solo para visualizar un tocón solitario a un lado del sendero.
Sus pasos vacilaron por un par de segundos, antes de que tomar un nuevo rumbo y avanzar sin prisa hacia el muñón de madera. Tomó asiento con silenciosa brusquedad y soltó un silbido pronunciado, mientras relajaba sus hombros y dejaba que la carga se deslizara.
El saco de yute golpeó con fuerza el suelo y la amarra de mimbre serpenteó por la tierra, mientras dejaba a la vista el siniestro contenido oculto entre la tela harapienta. Huesos de diferentes tamaños y estados se amontonaron de forma semi-ordenada alrededor de un cráneo blanquecino.
La calavera se estremeció, las cuencas se iluminaron y un par de brazos emergieron de entre los restos, mientras el dueño soltaba un pronunciado bostezo. El Marowak impulsó su cuerpo fuera de la cobertura ósea y golpeó el suelo con sus patas, antes de sacudir su cuerpo oscuro y frotar la frente de su cráneo.
El Pokémon observó receloso su entorno, solo para soltar un resoplido y buscar al desgarbado hombre junto a él. Los ojos hundidos se encontraron con los verdosos, antes de que el hombre frunciera los labios y soplara aire entre ellos.
Un silbido peculiar y extraño resonó por la silenciosa noche, tres notas musicales zumbaron por el aire y encantaron al Marowak, que palmeó sus patas entre sí. De un momento a otro el eco de una risa se escuchó a la lejanía y la pareja detuvo su intercambio, al tiempo que prestaban atención a la distancia.
El Marowak fijó su atención en el saco, tomó uno de los huesos más robustos y lo balanceó en el aire con gracia, antes de ir a esconderse en el bosque cercano. Mientras tanto el hombre permaneció indiferente en su lugar, al tiempo encorvaba su cuerpo hacia adelante y apoyaba sus huesudos codos en sus muslos flacos para cruzar los brazos entre las piernas abiertas.
Los ojos hundidos se enfocaron en las dos siluetas que se acercaban por el camino, un par de mujeres que se hicieron visibles en el horizonte. Se fijó en sus rostros, en sus expresiones, en las sonrisas, en las risas, en su andar, antes de entrecerrar los ojos y fruncir los labios.
Aquel peculiar silbido volvió a zumbar por la noche, la primera nota apenas tuvo reacción entre las dos féminas, pero la segunda silenció las voces y borró los gestos alegres. El tercero no había terminado de zumbar, cuando perdieron el color de sus rostros y detuvieron su andar.
Una de las integrantes observó nerviosa los alrededores, mientras que la otra lanzaba una Pokéball a sus pies. El hombre dejó de soplar y en cambio, miró receloso al Pokémon liberado, un canino de pelaje marrón, que emergió de la luz rojiza a solo unos de metros por delante de él
Apenas el pequeño Lillipup fue liberado, todo su puntiagudo pelaje se erizó y soltó un ladrido estrangulado, antes de que sus grandes ojos se encontraran con los hundidos. El hombre dejó que las comisuras de sus labios se alzaran, cuando el frágil Pokémon empezó a ladrar con nerviosismo en su dirección.
Sus ojos se curvaron al ver las expresiones confundidas de las entrenadoras, que intercalaban la mirada entre el canino y el sendero desierto, mientras lo miraban sin mirarlo.
― ¿Coffe, qué pasa? ― La dueña llamó al Pokémon con inquietud, al tiempo que daba un paso más cerca de él para agacharse ― Allí no hay…
El hombre frunció los labios y sopló una cuarta nota, que hizo que la mujer contara su frase y se paralizara en su posición agachada. Dientes amarillentos y torcidos se hicieron visibles, al ver los ojos castaños templar aterrados.
De un momento a otro la criadora se arrastró por el suelo y tomó en sus brazos al Lillipup aterrado, antes de retroceder y llevarse a su temblorosa amiga con ella. El hombre observó a la pareja correr de regreso por el sendero, antes de que su larguirucha forma se encorvara sobre sí misma.
Un ligero temblor sacudió el cuerpo esquelético, al tiempo que dejaba salir silbidos cortos y vacíos. No se detuvo, hasta que un golpe seco y un resoplido áspero resonaron de las sombras del bosque cercano.
El hombre paró cualquier acción de forma brusca y buscó en la oscuridad a su compañero, solo para notar cómo la atención de este se encontraba en el camino opuesto de la vereda. Volvió a acomodar su forma y siguió la vista del Marowak, hasta que sus ojos captaron otra silueta que se acercaba por el sendero.
Un granjero apareció pateando el camino, mientras tomaba de una pequeña botella y tarareaba una extraña melodía. El hombre examinó en silencio al recién llegado, antes de fruncir los labios y soplar al viento.
La primera nota zumbó por el aire, pero apenas fue notada por el individuo, que continuó cómo si nada con su tranquilo andar. La segunda nota retumbó y, al igual que la primera, se ignoró.
La tercera nota estaba sonando, cuando el granjero parpadeó. Miró lentamente a su alrededor, antes de encogerse de hombros y tomar otro trago de la botella en sus manos.
El hombre levantó los codos y, en cambio, apretó las manos huesudas en sus muslos, mientras observaba al sujeto acercarse cada vez más. La cuarta nota zumbó con fuerza, en el momento que el granjero pasaba junto frente al hombre, solo para recibir el mismo trato que el resto.
El hombre tomó su saco y se incorporó, mientras sonaba la quinta nota y arrastraba sus pies por la tierra. En un parpadeo se encontraba en la espalda de aquel granjero, al tiempo que su esquelética forma se imponía al menos dos cabezas por encima y sus brazos se extendían.
La sexta nota retumbó con fuerza, por lo que el granjero soltó un jadeo y volvió a detenerse. El hombre observó en silencio al individuo rebuscar algo en su cintura, antes de que una Pokéball se estrellara contra la tierra.
Un canino de pelaje rojo y amarillo emergió de la luz, solo para ladrar en saludo a su dueño, antes de que sus ojos negros se encontraran con los hundidos. El Growlithe se hincó y soltó un gruñido agresivo en dirección al hombre, pero este soltó su último silbido.
La séptima nota zumbó débilmente en la lejanía para desconcierto del granjero, que rápidamente buscó la fuente de incomodidad de su Pokémon, solo para ser recibido por una vista muy peculiar. Un ser similar a un hombre alto y demacrado para ser humana, cuya piel y huesos parecían uno, mientras parecía mirarlo con sus cuencas vacías.
El granjero abrió la boca e intentó gritar, pero ningún sonido salió y solo descubrió que su cuerpo se había entumecido. La séptima nota continuó sonando a la distancia, mientras la melodía parecía distorsionarse y el entorno nublarse.
Fue en ese momento que el Growlithe decidió ayudar a su entrenador y saltó con las fauces abiertas, dispuesto a morder a aquel ser, pero antes de que sus dientes pudieran tocar piel o hueso, recibió un golpe seco. El Marowak salió de la oscuridad y golpeó el hueso, que llevaba en su mano, repetidas veces y sin piedad contra la cabeza del canino.
El Growlithe se tambaleó aturdido y ni siquiera tuvo tiempo de recuperarse, cuando otro duro golpe lo sacó del camino. El Marowak soltó un resoplido y golpeó el hueso contra el hueso negro de su cráneo, hasta que la chispa verdosa se hizo presente e ilumino el cuerpo caído de su oponente.
El hombre dejó a su compañero divertirse con el atroz perro, mientras fijaba sus cuencas vacías en la expresión de terror petrificada del granjero. Agarró la botella de los dedos tiesos y vertió el contenido en la tierra, antes de tirar el objeto y clavar sus dedos en el pescuezo del humano.
Cargó el cuerpo pasmado en su hombro libre y silbó las tres primeras notas, mientras la séptima dejaba de retumbar. El Marowak intercaló la mirada entre el Growlithe moribundo y su compañero, antes de apagar el fuego de su arma y correr junto al hombre que se alejaba.
El hombre no detuvo su avance, pero una vez su acompañante lo alcanzó, silbó de nuevo la quinta nota y el entorno se difuminó. Solo necesito un par de segundos regresar al punto de partida, mientras arrastraba los pies por la vereda de regreso a la oscuridad.
Ambos caminaron en silencio por aquel pasaje borroso, al tiempo que sus formas perdían consistencia, hasta reaparecer al pie de la ladera volcánica. El hombre colocó el saco con cuidado junto a la ladera y permitió el Marowak se acomodara en el interior, mientras esperaba ansioso por su siguiente acción.
Dejó caer al granjero sin cuidado en el suelo, antes de doblar sus larguiruchas y huesudas extremidades, hasta quedar arrodillado sobre la hierba. Dedos y fríos se clavaron en la piel cálida, antes de que jalar con fuerza en direcciones opuestas.
Lágrimas brotaron de los ojos estáticos del granjero, mientras la carne, los músculos y articulaciones eran desgarradas, pero ni siquiera aquel sonido desagradable perturbó al hombre o al Pokémon. En cambio agarró la parte arrancada y tiró con sus dedos desnudos de la carne para separarla del hueso, apenas consciente de la sangre que desparramaba en su labor.
Una vez limpió el huso de cualquier residuo, examinó en silencio su trabajo, antes de colocarlos a un lado apartado y regresar al granjero para repetir su acción. Continuó despedazando al humano y sacándole los huesos, hasta que el calor desapareció y el brillo en sus ojos se perdió.
El Marowak abandonó el saco de yute y tomó el hueso robusto, antes de golpearse la frente con él. La llama reapareció y el portador la esparció sobre la carne desechada, mientras el hombre acomodaba cuidadosamente los huesos, todavía húmedos, junto los otros en su saco.
El hombre observó cómo su compañero vigilaba el fuego, antes de silbar la primera y segunda nota con suavidad. El Marowak respondió con un chasquido, pateó tierra en las llamas moribundas y apartó la mirada para fijarse en el saco reacomodado.
El Pokémon corrió a la bolsa y volvió a acurrucarse en su interior, cerró los ojos y su apariencia cambio gradualmente, hasta que su cráneo pareció volver a estar vacío sobre aquella pila de restos. El hombre acarició la calavera blanca y dejó una mancha roja por su superficie, antes de agarrar la cuerda de mimbre y asegurar la boca del saco de yute.
Enderezó su forma y volvió a acomodar la carga en su espalda, mientras silbaba la quinta nota. El claro se distorsionó y la oscuridad lo envolvió, casi al mismo que el sueño lo supero.
El hombre desapareció junto con la oscuridad, aunque su silbido perduro por unos segundos más, hasta que la brisa dispersó las cenizas y la claridad iluminó el lugar.
Fin
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