08 Nov 2022
04:58 PM
Palabras -
04:58 PM
Palabras -
GAS
Nació atraído por una melodía. Filtrándose a través del humo de las chimeneas industriales y elevándose por las rendijas de ventilación del subterráneo, su cuerpo espectral tomó forma mientras el gruñido de una guitarra lo estimulaba. Apestaba a muerte y cloacas, y tenía la sensación de haber escapado de un cuerpo a punto de iniciar el proceso de descomposición. Apenas y recordaba nada sobre su vida pasada, pero pensó que debía haber amado mucho el sonido de las cuerdas como para tomar la decisión de regresar una vez más solo para volver a escucharlo.
Envuelto en sombras, se deslizó con suavidad entre los cestos de la basura a lo largo de un callejón que terminaba en la ventana de un modesto apartamento. A sus espaldas, ignoraba la presencia de un vagabundo adormecido por efecto del alcohol y de un perro y unas ratas que escarbaban entre las bolsas de residuos para alimentarse como podían. No le conmovían las vidas erráticas de aquellos que aún no habían conocido a la muerte en persona. ¿Qué piedad podía sentir por ellos, si malgastaban su corto tiempo en menesteres tan banales como el sueño, los vicios o el alimento? Si él, modesto como era, había conseguido volver a la vida una vez más solo para deleitarse con el hipnótico sonido que producían aquellos dedos misteriosos.
Incluso teniendo la ventana a un metro de sus ojos, decidió que sería más fácil seguir hacia adelante para atravesar el muro de hormigón que lo separaba de su amada canción. Su cuerpo penetró la dureza como si no coexistieran en un mismo plano, y sus oídos se llenaron de notas que lo transportaron a otros tiempos. Sus ojos, bien abiertos, contemplaron a la jovencita que acariciaba las cuerdas con sus uñas largas como púas para producir toda clase de melodías. No debía tener más de doce años, pero su rostro se mostraba serio y maduro al componer. Se movía histéricamente por su desordenada habitación, tan encimada en su composición que ignoraba la presencia fantasmal contemplándola desde un rincón oscuro bajo el marco de la ventana.
Procuró guardar silencio; no porque intentara ocultarse de ella, sino para no perderse una sola nota de aquella canción. Empezaba lenta, casi triste, pero rápidamente escalaba en un rabioso crescendo. La niña parecía expresar todo aquello que contenía en su alma a través del bajo en sus manos. Sus dedos se movían como las patas de una Galvantula tejiendo su telaraña a toda velocidad. Casi podía ver cómo las chispas salpicaban de esas cuerdas de metal que desaparecían de su vista por el frenetismo con el que vibraban.
Tan extasiado estaba por su pequeño concierto privado que no notó que su cuerpo había empezado a moverse tan rápido como el de la joven compositora, agitándose el gas violáceo que envolvía su cuerpecillo ennegrecido y regordete. Dejando que el aroma de la muerte se esparciera rápidamente por la estrecha habitación, hasta alcanzar las fosas nasales de la música.
Entonces lo vio.
—¡Waaah! —gritó ella de pronto, levantando el bajo sobre su cabeza, lista para estamparlo contra el espectro que la acechaba. Él seguía subiendo y bajando, tan nervioso como eufórico, hasta que encontró por primera vez el horror plasmado en el rostro de la joven. Era cierto: no había forma en la que un ente del más allá pudiera convivir en un mismo plano con un alma tan llena de vida como ella. Le había pasado la hora hace tiempo, y debía aceptar su destino con honor.
Antes de arriesgarse a matar del susto a la muchacha o, peor aún, de hacer que destroce su bajo contra el suelo en un absurdo intento por golpearlo, el espectro se escabulló a través de la pared y se sumergió en la oscuridad del callejón. La chica abrió la ventana y pegó un grito que ahuyentó al vagabundo que dormitaba a metros de allí.
—¡¡Si vuelves a arruinar mi canción, te las verás conmigo!! —rabió ella, su cabello tan claro como la luna llena en el cielo. El rostro salpicado por pecas como estrellas y los ojos azules como el manto infinito que envolvía a la Tierra en un cálido abrazo.
Estaba dispuesto a marcharse para siempre, pero al ver la imagen de la chica todavía impresa en su retina cuando pegó la vuelta para alejarse, supo que ya no podría sacársela de la cabeza.
Descubrió el susto en el rostro de los Rattata agazapados en los recovecos del largo callejón, aparentemente sobresaltados por el grito de la aguerrida jovencita. Notó que no era el único en infundir miedo en los demás con su mera presencia, y que aquello podía ser una señal del destino para ellos: quizás un ser vivo podía ser tan aterrador como él. Al sentir el peso de sus sentimientos llenando cada espacio de la mancha negra en que se había convertido su cuerpo, entendió que él mismo estaba aterrado. ¿Así se sentía el amor? No podía recordar haber experimentado algo semejante durante sus años vivo.
Testarudo como era, no iba a darse por vencido tan fácil; y no tardó en encontrar un blanco perfecto para su segundo intento por volverse el primer admirador de su maravillosa música: aquel perro sarnoso pero lo suficientemente bonito como para no causar una reacción negativa en la muchacha. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero supo que solo debía atravesar su piel como lo había hecho con el muro de hormigón. Así de fácil como le había resultado colarse en el cuarto de su amada, la carne y los huesos de ese pequeño Lillipup no le opusieron resistencia alguna. Adueñarse de su alma por un rato debía ser cosa de todos los días para un hijo de la noche como él.
Empezó moviendo la colita de un lado al otro. Estaba seguro de que había visto un sinfín de veces a otras personas derritiéndose de amor y ternura por esos cachorritos cada vez que lo hacían. Sacudió la mugre de su pelaje y se lavó con la lengua para no repelerla con su pestilencia. Arrastró una caja magullada con los colmillos y se paró sobre ella para ganar altura, alzándose sobre sus patas traseras y apoyando las delanteras contra el frío cristal de la ventana.
Ella había retomado su canción, empezando desde cero con cara de pocos amigos. Aunque se enfocó en mover juguetonamente su cola tanto como pudo, pegando brincos con sus débiles patitas y experimentando la hambruna del can en carne propia, los ojos de la chica solo dedicaron atención al instrumento que arañaba con cinco dedos. Tan encendida por su música que hasta pudo ver dos amagos suyos por acercarse el bajo a la boca para tocar las cuerdas con sus propios dientes. Afortunadamente, la joven no fue tan imbécil como para intentarlo. Sintió alivio: a él no le habría gustado verla desangrándose por la lengua tratando semejante estupidez.
Era pronto para reunirse, pensó.
Las ratas regresaron para llamar a su compañero de carroña nocturna, pero el Lillipup ya no las reconocía como tales. Ofendidas por su irrespeto, comenzaron a gruñir y a chillar, arañando el suelo con sus cortas garras en un vano intento de amenaza.
—¡Suéltalo! —acusó una de ellas súbitamente, tan ofendida por el viejo amigo que le daba la espalda como por su insoportable colita agitándose al compás de la insoportable canción que rebalsaba el cristal de la ventana que admiraba hipnotizado—. ¡Déjalo libre, demonio!
—¡Escucha la estúpida canción con tus propios oídos, maldito! —exigió la otra rata, y las orejas del can se movieron levemente en dirección a ella.
¿Creían que no lo había intentado? Tras haber pasado una vida entera, o quizás cientos de ellas, condenando sus decisiones al olvido… ¿Realmente pensaban que ahora se conformaría con ser un mero espectador? ¿Un sujeto tácito espiando sus máximos sueños desde un rincón oscuro? ¿Creían que por ser capaz de fundirse con las sombras debería limitarse a su cobijo, alejado de la luz? ¿Alejado de la vida que esa chica inyectaba en su sangre?
—Mi sangre —balbuceó el ente a través de la voz del Lillipup, girándose débilmente hacia los amigos de la carne que ocupaba. Los movimientos del animal parecían antinaturales, impredecibles, pesados y débiles al mismo tiempo—. Su melodía… fluye en mis venas ahora como la sangre que alguna vez corrió por ellas. Mi hambre no se sacia con las sobras podridas que los humanos arrojan aquí para ustedes, ratas.
—¿Hablas de sangre y de venas? —rio un Rattata, con un chillido tan agudo que se superpuso por un instante al juego de cuerdas en la habitación de la niña—. ¡No quieras engañarnos, impostor! ¡Esas venas no son tuyas! ¡Tú no tienes nada más que veneno y oscuridad en tu interior!
¿Y qué era ese veneno sino el perfecto elixir de la muerte?
Enseñó los colmillos del can para amedrentarlas, pues no tenía ningún ánimo de ensuciar el recién lavado pelaje con sangre de sus detractores, pero la pareja de roedores parecía tener otras intenciones, adoptando rápidamente posición de combate. Estaban listos para arrojarse sobre él con sus mejores placajes. No podía permitir que una embestida directa dañe el vidrio de la ventana que custodiaba receloso. No podía dejar que una trifulca irrumpiera el concierto privado de su amada. Inflando el pecho y dejando que la bestia salvaje crezca en su interior, arrojó un feroz ladrido para ahuyentar a sus enemigos… Justo cuando el bajo dejó de sonar.
Los Rattata sonrieron maliciosamente antes de pegar media vuelta y desaparecer a toda prisa. Él saltó desde la caja de cartón justo a tiempo para evitar un golpe de la ventana que se abrió violentamente. El joven rostro de la niña emergió de entre las cortinas, así como su mano inflando un objeto brillante que no dudó en arrojar por los aires.
—¡¡Les dije que no molesten mientras compongo!! —chilló ella apoyando un pie en el marco de la ventana mientras se materializaba una criatura con aspecto de globo púrpura lleno de protuberancias de las que manaban gases tóxicos. Tenía una especie de esqueleto blanco grabada al frente y una sonrisa bobalicona. ¿Realmente era capaz de atacar a un inocente cachorrito solo por atreverse a ladrar por encima de su música? Si antes había tenido dudas, ahora estaba convencido: esa persona le fascinaba—. ¡¡Koffing, ahuyéntalo con Gas Venenoso!!
El cuerpo de Lillipup se agitó junto con la directriz de la chica. Una sombra atravesó el aire que lo separaba de su oponente en una fracción de segundo, y el Koffing que estaba listo para responder obedientemente y ejecutar su técnica venenosa se vio detenido por una súbita reflexión.
—¿Me estás escuchando, Koffing? ¡Ataca!
Claro que la escuchaba, y ahora más que nunca. Lillipup parecía confundido, y parpadeó unas cuantas veces antes de notar que la sonrisa boba y afable del venenoso se convirtió en una mueca macabra. Su cuerpo se infló mientras cerraba la boca un segundo, solo para luego escupir sobre él una bola pestilente de mugre putrefacta con la que se dispuso a darle un baño. Lillipup corrió con todas sus fuerzas escapando de dos y hasta tres técnicas de Residuos, en tanto los brazos de la chica rodeen el cuerpo esférico de su pokémon y se lo lleven al interior de su cuarto, cayendo de espaldas sobre la alfombra.
Ella rodó lejos de su pokémon, tosiendo por el gas que desprendían sus cráteres como los de una luna en miniatura a punto de estallar. Él levitó involuntariamente y se apartó hacia la ventana, esquivando a tiempo la luz rojiza de la Pokéball con la que intentó encerrarlo. De repente, sintió pánico por la idea de verse atrapado en uno de esos receptáculos con los que solían domesticar a los pokémon.
Cierto: ahora él mismo se había convertido en uno. Y, sin conformarse con ello, había tomado posesión de dos especies diferentes en apenas minutos. Incluso estando muerto no sabía demasiado sobre la muerte, pero estaba convencido de que no debía estar respetando cabalmente aquello de “descansar en paz”. Sin embargo, la sonrisa bobalicona afloró espontáneamente en él cuando se descubrió en el interior de su cuarto.
—Koffing, te pedí que usaras Gas Venenoso contra ese Lillipup —lo regañó tras un suspiro, asegurándose de abrir bien la otra ventana para ventilar—, ¡pero lo atacaste con Residuos! ¡Ese ataque es muy peligroso! Así como que no quieras entrar en tu Pokéball. ¿Qué pasa contigo?
—Quiero escucharte tocar —pidió él, aunque de su boca solo salió un ruido espantoso e irregular que ella no pareció comprender.
—Papá me va a matar si te ve en mi cuarto fuera de la Pokéball; ya bastante me costó convencerlo de que puedas quedarte conmigo —gruñó ella, cruzándose de brazos. ¿Cómo podía una niña de su tamaño tratar a una criatura capaz de volar su casa en mil pedazos como a una vulgar mascota? Cada vez la adoraba más.
Sabiendo que no podrían comunicarse de manera convencional, se limitó a sonreír lo más tontamente que pudo y levitó cerca del bajo que había apoyado sobre su cama deshecha, mirándolo de reojo con suspicacia. Fue así como consiguió arrancarle una sonrisa.
—No sabía que podías escucharme tocar desde la Pokéball —comentó la chica con enternecida resignación, desplomándose sobre la cama junto a él y apoyando el instrumento sobre su estómago. Cuando empezó a rasgar las cuerdas aleatoriamente, él sintió que le hacía cosquillas a su alma.
—No lo hago, por eso necesito estar libre. Para ser prisionero de tu música… —se lamentó, sabiendo que ninguna de sus bellas palabras llegaría a ella. Una fresca brisa otoñal revolvió los gases que manaban sin control de su cuerpo y los arrastró fuera de la habitación.
—Nunca hablaste tanto como hoy —observó ella dándole un suave golpecito. Pudo sentir sus delicados nudillos impactando contra la endeble corteza que recubría su cuerpo nebuloso, aunque cierta distancia los seguía separando. Incluso si entre ellos solo hubiera gas, parecía difícil imaginar que realmente pudieran entrar en contacto alguna vez—. Oye, compuse esta para ti.
Un conjunto de letras aleatorias salieron de los labios de la chica mientras las cuerdas vibraban al son de sus dedos. Con una mano le daba golpecitos, haciéndolo rebotar como un globo que volvía siempre a su posición original cerca de ella, mientras que con la otra le arrancaba una entrañable melodía a su bajo. No recordaba haber experimentado calidez semejante en toda su vida. Sentía que, si seguía recibiendo todos esos estímulos en simultáneo justo después de resucitar, volvería a morir tras una explosión espectacular. De pronto, se sintió aterrado por la idea, y agradeció el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose al otro lado del departamento, interrumpiendo la canción.
—¡Mierda, papá volvió temprano del puerto hoy! —maldijo ella, tanteando la Pokéball de su Koffing en la mesita de luz y apuntándosela. Pero el germen dentro del pokémon venenoso se apartó una vez más, saliendo por la ventana con espanto. Ella tomó las sábanas y lo cazó en el aire, envolviéndolo antes de que pudiera escapar, y lo metió con un talonazo bajo su cama justo a tiempo para que un hombre cansado ingrese a la habitación sin descubrirlos.
—¿Sigues despierta a esta hora? —dijo el hombre apesadumbrado—. Me crucé a la señora Prost en la entrada; se quejó del ruido que estaba saliendo del departamento. Pensó que habían montado una fiesta aquí.
—Pff, tú siempre te pierdes las fiestas… —renegó ella desplomándose nuevamente sobre la cama, cruzando una pierna sobre la otra y las manos detrás de su cabeza. Al mismo tiempo, la criatura dentro de la criatura contenía la respiración envuelta en sábanas impregnadas con su olor, ahogándose lentamente en su propio veneno. Solo podía ver los zapatos del sujeto, así como un tenue manto gaseoso meciéndose como la marea sobre el suelo—. Y esa anciana tal vez sería menos gruñona si estuviera invitada a mis shows.
—¿Shows? —rio el tipo, resignado al carácter de su hija—. Roxie, normalmente la gente acostumbra ir a los shows por voluntad propia; no a que alguien más los traslade hasta su casa intempestivamente.
—Como sea, no sé ni qué significa “intempestivamente” —se encogió de hombros la joven artista—. Además, ¿tú no deberías estar en el puerto haciendo guardia?
—¿Y tú no deberías estar durmiendo? —sonrió el hombre—. Son casi las dos de la mañana, y tienes que prepararte para-- ¡Cof, cof, cof!
Un ataque de tos repentino lo empujó hacia atrás instintivamente, justo cuando el gas venenoso arañó la punta de sus zapatos y se elevó hasta su cabeza.
—¡¿Pero qué es esto?! ¡Roxie!
—Ehrmm… ¿Estuve fumando?
—¡Sí, claro! ¡Sé bien a lo que huele el cigarrillo, niña!
Guiándose por su olfato, el hombre metió un brazo debajo de la cama y sacó de un tirón la sábana blanca que se retorcía por el aire con la criatura venenosa pujando por salir. Sabía que si intentaba huir del cuerpo que había poseído, ellos podrían verlo bajo las luces encendidas de la habitación, así que se resignó a ser descubierto por el padre de su querida Roxie.
—¡Hija! ¡Ya habíamos hablado de tener fuera a Koffing! Devuélvelo a su Pokéball.
—¡¿Crees que no lo intenté?! ¡Hoy tiene ganas de escuchar una canción! ¿Desde cuándo eso es un crimen?
—Desde que los profesores de todas las regiones coincidieron en lo nocivo que es para la salud que un pokémon de estas características ande suelto en espacios cerrados y tan reducidos como tu cuarto.
—¡Por eso mismo abrí las dos ventanas! ¡Las dos! —remarcó ella caprichosamente, poniéndose de pie sobre la cama y apuntándole a su papá con dos dedos extendidos—. ¡Anda, solo una!
—Nada de eso —sentenció el hombre—. Además, por la cara y el tono de la señora Prost, parece que vienes tocando desde hace horas. Creo que ya tuvieron suficiente música por hoy.
—Estoy muy lejos de alcanzar el nivel que busco, por favor… ¡Déjame perfeccionar mi técnica un poco más!
—¡Deja de comportarte como una rebelde sin causa! ¡Que te haya obsequiado ese instrumento no te convierte en una estrella de rock que puede hacer lo que se le antoje!
Fue un instante fugaz, pero también el tiempo suficiente para que los ojos bobos y dispersos del Koffing miren al padre de la niña con un odio insalubre. El hombre apretó los dientes y los puños, y él se preparó para vomitar sobre su cuerpo una cascada de veneno. Podía deshacer hasta sus huesos si se esmeraba… Pero, claro, no era tan despiadado como para mortificar de esa forma a la encantadora Roxie.
Ella, harta de agachar la cabeza, bajó de la cama de un salto y dio largas zancadas hasta plantarse casi encima de los zapatos de su padre, levantando mucho la cabeza para mirarlo directamente. En una mano tenía la Pokéball de su Koffing; en la otra, su indispensable instrumento.
—Solo intentas cortarme las alas porque tú no tuviste el valor para encarar tu verdadero sueño. ¡No eres otra cosa que un artista frustrado!
El hombre levantó una mano, pero un hondo gorjeo en el interior del Koffing que no le sacaba los ojos de encima lo paralizó a tiempo. Esa criatura parecía dispuesta a atacarlo si se atrevía a ponerle un dedo encima a su propia hija. Roxie adivinó cierta humillación tiñendo el rostro de su padre, y sintió una culpa que le removió las entrañas.
—Papá, lo siento…
El hombre deslizó su vista sobre Koffing y, finalmente, sobre su propia hija. Sin embargo, el fantasma percibió cómo los ojos del hombre se perdían en lugar de hacer contacto directo con los de ella. Como si intentase escapar a su mirada. Como si pudiera temerle más a ella que a la criatura enfadada que contaba los segundos para derretirlo con su ácido, o para asfixiarlo con una cortina de gas.
—No, yo lo siento —suspiró tras algunos segundos de muda reflexión—. Pero, ¿sabes algo, hija? Jamás habría podido comprarte ese bajo si hubiera decidido perseguir mi sueño. Tuve que elegir aquello que aseguraría un mejor futuro para ti. Y no hay día en que no me sienta orgulloso de mi elección.
El Koffing viró su cuerpo hacia ella, notando cómo sus ojos claros se expandían y dilataban tras dos parpadeos. De golpe, dejó de verla como esa bestia capaz de invocar terroríficos y estridentes sonidos con su bajo. Ya no se veía admirable o imponente: simplemente parecía una niña más, a punto de ponerse a llorar tras recibir un sermón de su padre. Claro que una criatura de las tinieblas como él ya no podía descifrar los intrincados procesos emocionales que llevaban a Roxie a experimentar una honda culpa. Un doloroso arrepentimiento.
Tal era su vergüenza que la niña agachó la cabeza como un perro regañado, pero lejos de hacerse un ovillo en su cama para romper en llanto, echó a correr usándola como trampolín y escapó por la ventana abierta, dejando que el gas tóxico liberado por su pokémon se desdibuje en el aire. Su padre corrió detrás suyo, pero un golpe seco en su cabeza fue suficiente para dejarlo inconsciente sobre la cama. Una manta blanca cayó sobre su espalda cuando la sombra del pokémon pasó volando por encima, siguiendo a toda prisa a la herida muchacha que buscaba ser devorada por la gran ciudad.
(…)
El agua estaba calma en los diversos canales de Virbank, pero cada pisada de la chica parecía alertar a los peces que dormitaban en su interior, formando tenues olas tras su paso. Colándose entre diversos callejones, atravesando galpones industriales inhóspitos y plazoletas desatendidas por la alcaldía y custodiadas celosamente por los inquietos ojos mecánicos de los Magnemite y Magneton, Roxie y su instrumento acabaron inducidos por un magnetismo muy diferente al de aquellos pokémon, pues una tenue melodía en la distancia la condujo hacia su destino final. Casi mordiéndole la sombra, un silencioso Koffing tapaba la luna en la distancia con su propia silueta envuelta en tinieblas venenosas.
—“DOGARS CLUB” —leyó la jovencita en un cartel grafiteado junto al agujero en la pared que emulaba toscamente una puerta.
Atravesando el umbral del local entre edificios de aspecto abandonado, la chica descendió por hondas escaleras hacia la música y el murmullo que crepitaban en las profundidades. A pocos metros detrás suyo, los ojos atentos de la criatura vigilaban su descenso, casi como si aquella desafortunada circunstancia le hubiera abierto las puertas a un infierno muy personal.
—Ten cuidado, niña. Parece el típico lugar en el que venden drogas… sin disimularlo demasiado bien —advirtió la voz desde el interior de Koffing mientras repasaba el letrero de reojo. Por supuesto, ni siquiera alcanzó los embelesados oídos de una Roxie cada vez más inquieta y fascinada por el agudo sonido de las cuerdas y las graves percusiones de batería en el subsuelo.
Nuevamente humo, solo que ahora sí parecía provenir del tabaco al que su padre había hecho referencia. Además del pestilente hedor a cigarro y licor, había cierto perfume encantador entre la clientela de lo que parecía ser un bar olvidado por la civilización. A la derecha, una barra regentada por un hombre lleno de piercings. A la izquierda, la mitad de las mesas vacías y la otra mitad ocupada por más botellas que personas. Al fondo, sin embargo, halló su Santo Grial: un escenario donde una chica de cabello oscuro con coleta y un hombre calvo con chaqueta de cuero daban rienda suelta a su imaginación improvisando toda clase de melodías frenéticas y rabiosas con una guitarra eléctrica y una batería abollada por los golpes de las baquetas.
—¡Oye, mocosa! —llamó el bartender a Roxie, haciéndole pegar un sobresalto tras distraerse con la música durante unos segundos—. ¿Te perdiste o qué? Aquí no tenemos cajitas felices.
La música cesó de repente, y al menos diez pares de ojos se voltearon hacia ella. La luz de uno de los reflectores en el techo se desvió en su dirección, revelándola tiritando con lágrimas en los ojos y casi abrazada a su bajo negro y púrpura.
—No seas grosero con ella, Stink —dijo la chica de la coleta desde el escenario—. ¿No ves que trae un instrumento? Tal vez quiera venir a tocar con nosotros.
Roxie oyó risas entre la gente. Koffing observaba atentamente desde los últimos peldaños de la escalera, esperando el momento justo para salir de su recipiente y atormentar a cualquiera que se atreva a faltar el respeto a su amada. El hombre calvo se puso de pie y dejó su batería atrás, parándose al borde de la tarima y doblando su cuerpo hacia adelante con cara de pocos amigos.
—Nos confundes, enana… —dijo, colocándose gafas oscuras como si así pudiera verlo todo con mayor claridad—. Porque vienes aquí, muerta de miedo, abrazada a ese Scolibass ‘70s… Mientras sostienes fuertemente una Pokéball entre tus dedos. ¿Sabes que es una provocación entrar a un lugar como éste con una de esas? ¿Quieres hacer música, o vienes aquí por un poco de acción?
Quizás no pudiera comprender del todo bien los mecanismos que hacían funcionar la mente y el corazón de una niña tan joven y viva como ella… Pero había algo en los fantasmas que les permitía masticar particularmente bien los sentimientos a su alrededor. El miedo era uno de sus favoritos, claro, pero él sintió especial predilección por la rabia que desbordaron los poros de Roxie en ese instante. La mezcla perfecta de terror y desasosiego tras el enfrentamiento con su padre. El rictus nervioso todavía vigente en sus articulaciones tras horas y horas de castigar las cuerdas de ese bajo con sus manos. El sudor y el mareo por el agotamiento tras correr por toda la ciudad buscando alejarse de la tristeza en los ojos que había lastimado con su crueldad infantil.
Y la imperiosa necesidad de estallar por fin, ahora que esos extraños en el escenario le daban la oportunidad.
—Vengo… ¡Por las dos cosas! —sentenció ella, y su garganta traicionera irrumpió su voz, dejándola muda cuando aventó su Pokéball al frente. La gente se corrió de sus asientos, y algunas espaldas chocaron contra el suelo por el sobresalto de ver tan peligroso objeto estallando en el centro del antro nocturno… Solo para constatar que de su interior nada emergió. Nuevamente, todo el mundo estalló en carcajadas.
La guitarrista en el escenario refunfuñó y se llevó el micrófono a los labios.
—¡¡Cierren la puta boca!! —ordenó—. ¡Y tú, nenita! ¡¿Quién te crees para venir a provocarnos así e interrumpir nuestro espectáculo sin siquiera contar con un pokémon para defenderte?!
El hombre calvo saltó del escenario finalmente, las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta. Avanzó resuelto y tomó entre sus dedos una pequeña esfera negra y verde que infló mientras la hacía girar con una destreza de la que solo un baterista experimentado podía presumir.
—¡Dale su merecido, Nicky! —lo animó un sujeto que ni podía mantenerse en pie de lo borracho que estaba.
—Si tuviste las agallas de arrojar esa Pokéball vacía al frente, desafiándonos, no te trataré como a una niña —una macabra sonrisa se extendió por su rostro. Aunque andaba con gracia, cierta oscilación en sus movimientos daba cuenta de las latas de cerveza que había estado tomando entre canciones—. Acepto tu desafío, pero no te prometo que ésta vaya a estar vacía.
El espectro empujó el cuerpo sometido del Koffing hacia el frente, profiriendo un desagradable rugido de guerra mientras expulsaba chorros de gas por cada orificio de su cuerpo.
—¡Koffing! —se sorprendió Roxie, mostrando por segunda vez una auténtica sonrisa al encontrar a su amigo junto a ella. El espíritu le sonrió a través del rostro maleable de la criatura que parasitaba—. ¡Viniste a ayudarme!
—¡Eso es un…! —oyeron el murmullo colectivo expandiéndose por todo el salón. La gente pareció aterrada en primera instancia, pero rápidamente chocó sus jarras espumosas y botellas de vidrio en el aire, compartiendo el sentimiento de jolgorio por encontrárselo ahí—. ¡¡DOGARS!!
—¿Qué…? ¡No vendemos de eso! —gruñó Roxie, empuñando su bajo eléctrico y comenzando a rasgar las cuerdas—. ¡Vamos, cobardes! ¡Koffing y yo podemos contra cualquiera de ustedes! ¡Tú, pelón! ¡Nicky! ¡Saca a tu pokémon!
—¡JAJAJA! —el calvo solo pudo cortar su carcajada cuando alguien le pasó una botella de cerveza que no dudó en llevarse a los labios—. Si realmente quieres tener una batalla, encantado la aceptaré. Pero debes saber que aquí recibimos como a hermanos a aquellos que van acompañados por Dogars. Muchos venimos de Kanto y Johto y tenemos especial cariño por esa especie.
—De ahí viene el nombre de este club —le guiñó un ojo la chica guitarrista, acercándose a su compañero de dupla—. Hey, no tocas nada mal para tu edad; tienes dedos rápidos. ¿Qué dices? ¿No te gustaría sumarte en el escenario?
—Ya se los dije antes —refunfuñó la niña de mala gana, sin bajar la guardia pese a la repentina jovialidad del resto—: estoy aquí para tocar y para luchar contra el que quiera vérselas con nosotros. ¡Díselo, Koffing!
—Si se atreven a levantarle la voz a Roxie, me encargaré de asesinarlos uno por uno —advirtió el pokémon venenoso sin borrar la sonrisa de su rostro.
Cuando vio a todos aplaudiendo, riendo y brindando, supo que definitivamente nadie que no fuera un pokémon podría comprender su amenaza.
Para sorpresa de varios, la jovencita demostró ser un talento natural no solo para la música, tocando el bajo como si fuera lo más sencillo del mundo y cantando con una presencia poderosa y vibrante, sino también para las batallas pokémon, donde apalizó tanto a Nicky como a Billy Jo —tal era el nombre de la guitarrista—. Koffing había actuado por su cuenta, pudiendo ponerse a la altura de sus oponentes sin necesidad de seguir las órdenes de la niña en todo momento, realizando maniobras sorpresivas y ejecutando ataques mucho más poderosos de los que se le comandaban en primer lugar, lo que le creó fama de ser una entrenadora impredecible y habilidosa en perfecta sincronía con su pokémon.
El público se llevó un grato recuerdo de aquella noche, mientras que los músicos le suplicaron a Roxie regresar al día siguiente para otra sesión de rock y combates.
Al volver a casa, su padre simplemente la abrazó. Parecía confundido, como si no tuviera recuerdos del todo claros de lo que había sucedido anoche, pero le aliviaba ver que había vuelto sana y salva, y además sobria. Ella le dijo que había ido a tocar a una plazoleta cercana para no molestar a los vecinos, y que de paso estuvo entrenando con Koffing. Su padre le pidió que tuviera cuidado andando sola de noche, pero en un mundo en el que chicos de su edad o hasta más jóvenes ya emprendían viajes por el mundo acompañados por los pokémon, no tenía demasiados motivos para prohibírselo.
Acordando entonces que no renunciaría a lo que le quedaba de ciclo escolar, obtuvo finalmente el permiso para ir a practicar a la plaza. Aquella no era una mentira tan grande: realmente había una a pocas cuadras del Dogars Club. Cada noche desde entonces, la joven música y entrenadora se alistaba para hacer vibrar sus cuerdas vocales y las de su instrumento; así como al público cada vez mayor que concurría al establecimiento especialmente para ver a la marioneta del espíritu en que se había convertido su Koffing brindando combates de muestra en el escenario mientras su banda tocaba en simultáneo, improvisando nuevas melodías de acuerdo a los ataques ejecutados por los pokémon que se enfrentaban.
El Dogars se volvió además un punto de interés destacado para los entrenadores viajeros que pasaban por Virbank en su recorrido por las medallas; y un enviado del comité de la Liga Pokémon de Unova se hizo presente al cabo de algunos meses con una propuesta que trastocó a la joven. Era un hombre bien parecido y formal, con una sonrisa galante que levantó suspicacias en sus compañeros de banda, así como en el Koffing que lo observaba en silencio detrás de su propia cortina de humo tóxico.
—Creemos que cuenta con las aptitudes necesarias para ser designada Líder de Gimnasio —le dijo a Roxie extendiéndole una pluma y un sobre con un contrato a firmar.
—No gané una medalla en toda mi vida; nunca participé en un torneo contra otros entrenadores… ¿Y aún así quieren nombrarme “Líder” de algo? —parpadeó ella, desconcertada. Billy Jo le gruñía al sujeto como una Purrloin de cola erizada—. Disculpe, pero ya soy líder de algo más importante: ¡Mi propia banda: Los Dogars! —Proclamó Roxie extendiendo las manos hacia sus compañeros.
El hombre apenas levantó una ceja, pero acabó dedicándole otra amable sonrisa a la joven.
—Seré sincero contigo--
—Con todos nosotros —irrumpió Nicky—. Los tres formamos parte de una misma banda, y cualquier cosa que la Liga quiera hacer con Roxie, deberá hacerla también con nosotros.
—Muy bien —concedió el hombre—, seré sincero con ustedes tres: la Liga Pokémon no consiente las batallas clandestinas. La supervisión y organización de cualquier combate en espacios cerrados es una responsabilidad enorme para nosotros, y no podemos permitir que a raíz de ello puedan resultar heridas personas inocentes o incluso sus propios pokémon.
—¡De eso se tratan las batallas! ¡Los pokémon salen heridos! —reclamó Billy Jo apuntándole al Koffing que entornó los ojos entre su densa neblina. El hombre del comité se aclaró la garganta, y él pudo notar cómo algunos vellos en su nuca se erizaban ante la presencia del pokémon venenoso.
—Su actividad en este club no está contemplada por las leyes de la Liga Pokémon. Con la potestad que el gobierno de Unova nos confiere, tenemos todo el derecho de clausurar este establecimiento de manera inmediata. Por eso estoy aquí: para reconocer sus logros como entrenadora, señorita Roxie, y para ofrecerles a todos una oportunidad de seguir adelante haciendo lo que disfrutan. De manera controlada.
—¿Y qué clase de control quieren ponernos? ¡Estamos aquí para rockear, no para agachar la cabeza! —rabió Roxie, indignada. Pese a que el sujeto la trataba casi como a una eminencia, no dejaba de ser una niña a la que le llevaba al menos treinta años.
—Unova reconoce el talento de cada individuo, y desde la Liga Pokémon lo incentivamos fervientemente —asintió el hombre, complacido por el planteo de la chica—. Nuestros líderes destacan no solo por sus aptitudes con los pokémon, sino por su labor artística y humanitaria. La cultura es fundamental para nosotros, y por eso alentaremos que sigan tocando la música que les gusta. Podrán desempeñarse como banda todo lo que gusten, e incluso les garantizamos una mejora en las instalaciones de su club para ajustarse mejor a las condiciones que necesitarán para recibir más público, así como entrenadores que busquen un gimnasio donde combatir.
—El escenario se queda —puntualizó Nicky, categórico—. Y no pienso hacer a un lado mi batería para dejar que luchen. ¡Tampoco permitiremos Onix o Wailord aquí dentro!
—Podemos hacer las reformas edilicias necesarias —sonrió el sujeto fijando su mirada en Roxie, así como en el Koffing que se le había acercado sutilmente hasta cobijarse en su sombra—. Por otra parte, la alcaldía de Virbank recibió quejas de los vecinos.
—¿De los Drilbur? —cuestionó Roxie, irónica—. Porque estamos muy hondo como para que nuestra música moleste a otras personas.
El hombre levantó una mano y negó suavemente con la cabeza.
—El veneno, señorita Roxie —remarcó, apuntándole con su barbilla al Koffing tras su hombro—. Ese Koffing se hizo fama por ser un pokémon poderoso, pero nadie lo ha visto dentro de su Pokéball. Ya se recibieron reportes de clientes de este mismo club acudiendo al hospital por intoxicación, y los vecinos de calles contiguas insisten en que un gas muy fuerte está marchitando sus jardines lentamente.
Él lo sabía. Ya se había percatado hace tiempo de que la actividad en el interior de ese Koffing se había intensificado desde que tomó posesión de su cuerpo, casi como si pujase desesperadamente por expulsarlo. Pero él mismo estaba hecho en parte de veneno, y no tenía control de ese nuevo aire que había aprendido a respirar. Había escuchado numerosas veces a Roxie discutiendo con su padre por el asunto de su libertad. La había visto correr al baño en una crisis de tos. Había tenido que dejar a un Grimer y un Venipede custodiando de intrusos la ventana de su habitación mientras iba a tocar, para poder dejarla abierta y así ventilar ese humo que inundaba cada ambiente en el que se encontraban. El único lugar en el que nadie le decía nada por tener a Koffing fuera de su Pokéball era precisamente el Dogars Club, donde tenía como excusa su popularidad y talento para las batallas, siendo un favorito personal de la joven de cara a los combates estelares.
Era consciente de su toxicidad, pero no tanto como lo era del amor que sentía por ella. La sana admiración por su talento. El jolgorio de verla reír y gritar mientras azotaba las cuerdas de hierro de su bajo con la ferocidad de una Liepard descargando cuchilladas con sus garras. Y también era un cobarde, aterrado por la idea de quedar atrapado para siempre en ese receptáculo de misteriosa tecnología que ni en mil vidas podría terminar de comprender. ¿Acaso allí dentro encontraría el sueño eterno del que la música lo había alejado? ¿Qué tal si la propia Roxie, asustada por los efectos del veneno en su propia salud, tomaba la decisión de mantenerlo ahí por siempre? ¿Qué tal si comenzaba a tomar predilección por otros de sus pokémon para disputar los combates estelares en el escenario? No podía consentir una idea semejante, debía erradicarla por completo de su cabeza. Erradicar el miedo, la inseguridad… Incluso la desconfianza en la única persona a la que podía amar.
—De acuerdo —suspiró ella, resignada, tras un incómodo intercambio de miradas con sus compañeros de banda—. Si me vuelvo líder de gimnasio, dejaremos que hagan las reformas necesarias para mejorar la ventilación interna y que nuestro público no corra riesgos. Pero… ¡PERO! Koffing se quedará a mi lado.
—Koffing podrá estar a su lado, señorita… En espacios abiertos, y durante los combates con límite de tiempo. Existen plenitud de gimnasios con jardines y techos removibles para amoldarse a pokémon que necesiten mayor libertad de movimiento para volar, o para explotar sin poner en riesgo a los demás.
—¡¡Es mi compañero!! ¡¡Él tomó la decisión de permanecer fuera de su Pokéball, y yo voy a respetar eso!!
—Es un pokémon —sentenció el hombre, retirando el sobre que le había extendido anteriormente—. Y uno muy peligroso, además. Con todo respeto, debe comprender que la seguridad de la gente es más importante que el lucimiento personal —Retirándose con diplomacia, el hombre se detuvo con un pie sobre la escalera que lo conducía al exterior—. Y, señorita Roxie, hablo también por usted. En las fotos y videos que me mostraron de sus combates… Su piel parecía menos pálida, su voz sonaba más nítida, y sus ojos se veían mucho más… vivaces que ahora. Piénselo bien: tiene un futuro brillante por delante.
Les habían concedido 48 horas para tomar una decisión y enviar su respuesta a la Liga Pokémon. De no firmar contrato para que Roxie se convierta en líder de gimnasio, y si Koffing no permanecía en su Pokéball excepto durante los combates, el Dogars Club sería clausurado indefinidamente. Incluso si ella declinaba su oferta, la única forma en la que él podría disfrutar de los conciertos sería luchando contra otros pokémon. No le desagradaba la idea de aterrar a sus adversarios mientras su amada ponía el riff apropiado para entrelazar su música con los gritos de dolor de sus rivales… Pero el terror del encierro no abandonaba su mente.
Roxie se despidió de sus compañeros y del bartender Stink, y tomó el camino largo de regreso a casa. La luna comenzaba a desvanecerse en la lejanía, y supuso que en cualquier momento su padre volvería para encontrarse con su cuarto vacío, pero no le preocupó. Detrás suyo, sumisamente, él avanzaba oscilante y dubitativo, casi temeroso de la chica a la que no podía dejar de admirar.
—A veces quisiera poder hablar contigo, y que podamos entendernos —dijo ella con una voz como nunca antes le había oído. Era cierto que sonaba más áspera y débil que otras veces, y tenía que parar cada cierto tiempo para tomar un poco de aire antes de seguir. Sus piernas estaban delgadas, y la camiseta a rayas azules y violetas le quedaba cada vez más grande, usándola prácticamente a modo de vestido.
—Comprendo tus palabras, Roxie —le respondió él, echando una bola de humo por la boca sin poder evitarlo. Cada vez le hablaba menos, buscando así demorar el efecto adverso de su veneno.
Con todo, juntó confianza y se le arrimó en una esquina para frotarse cariñosamente contra su hombro. Creyó que algunas lágrimas saldrían de sus ojos, pero su cuerpo solo expulsaba ese maldito gas. Ella se apartó instintivamente al respirarlo, cubriéndose la boca y la nariz con las manos. Mirándolo con miedo, los ojos empapados, ya sin poder contener su angustia.
—Eres el primer amigo que tuve —confesó entonces, sabiendo que su gesto de rechazo había lastimado al pokémon—. Mi único amigo de verdad, Koffing. Te quiero mucho, y has inspirado lo mejor de mí. Por eso, estoy en deuda contigo… Perdóname, por favor. No volveré a rechazarte. Podemos ser libres, y hacer realidad nuestro sueño sin que nadie nos diga cómo lograrlo.
—Rox… —la voz del espectro se deshacía más allá de su lengua y sus colmillos, manando de la boca entreabierta de la bola tóxica como un fantasma uniforme.
Ella pudo ver un par de brazos brotando de los orificios a los lados de Koffing. Extendiéndose en un gas oscuro y triste que se dobló en dirección ella, ofreciéndole así su afecto. Y se le acercó, ya sin miedo, rodeándolo con sus brazos de carne y hueso, sellando un sentido abrazo con su pokémon. Él sintió que se deshizo junto a ella, que podía finalmente descansar tranquilo, oyendo en su tímida despedida palabras que no le importó comprender. Entonces, Roxie presionó con suavidad la Pokéball sobre la espalda de Koffing, y todo se oscureció para él.
(…)
Atrapado en su jaula moderna, compacta y de bolsillo, se vio encerrado ahora dentro de una segunda esfera, privado de su propia materia. Diminuto e insignificante. Veía un cielo difuso teñido de rojo, y oía una voz quebrada y distante llorándole perdón. Casi no podía reconocer la voz de su Roxie al otro lado de la Pokéball, casi no podía reconocerse a sí mismo buscando en cualquier rincón algún reflejo. Estaba dentro de ese Koffing inerte, sin brazos ni piernas ni cola para mirarse. El cuerpo esférico le impedía verse siquiera su propio estómago. Intentó sacar la larga lengua roja para vérsela juntando los ojos, pero no parecía tener ya ningún cuerpo. No hasta que ella decidiera liberarlo algún día, si es que ese día llegaba.
Tan fugaz y traicionera fue su movida que no alcanzó a grabar en su cabeza la sensación de aquel abrazo. Había caído como un imbécil.
Sin nada más que hacer, sin ningún lugar a dónde ir, sin sueños por soñar, simplemente se quedó allí, esperando. Anhelando que el cariño de la niña fuese verdadero y que decidiera soltarlo para oír su próxima canción.
Con el paso de los días, resolvió que dejaría ese cuerpo tóxico y nocivo apenas tuviera la oportunidad. No se haría responsable por la muerte de su amada, envolviéndola en su propio veneno para sentir su abrazo. No le daría la oportunidad de encerrarlo. No dejaría abierta la puerta a la mirada juiciosa de los humanos que querían verlo lejos de ella. No tendría más piedad con sus adversarios, quienes le sonreían socarronamente a su amada cada vez que lo herían en combate. ¿Creían que no los había visto? Él todo lo veía, y todo lo sentía. Su miedo, su rabia, su dolor… Y su ambición.
Tras experimentar la impotencia y la desolación, halló una forma de consuelo. Aunque su música llegaba apenas como el zumbido de moscas al interior de la esfera, la vibración podía sentirse en el ambiente. Ella llevaba consigo su particular cárcel para su prisionero favorito, concediéndole agónicas presentaciones acompañadas siempre por los coros de su cada vez mayor grupo de fans. Y mientras el Dogars Club se llenaba de su música y su gracia, el alma retorcida que él se había vuelto para el Koffing poseído solo se vaciaba más y más. Desprendiéndose de todo, menos del amor por Roxie. No podía culparla: era una estrella, y debía perseguir su propia inmortalidad.
—¡Koffing, hora de ganar! —escuchó cierta vez.
Su prisión se sacudió, revoleada por los aires con un grito estridente y el rasgueo feroz de cuerdas que hablaban mejor por ella que su propia voz. Koffing emergió obnubilado por los reflectores brillantes que enfocaron su violácea figura. Apretó los ojos con fuerza; sentía que las córneas le estallarían. Oyó un feroz ladrido al otro lado del escenario, pero la batería que azotaba Nicky buscó rivalizar con el rugido del adversario.
—¡Triturar! —mandó un hombre de ropa harapienta a la bestia cuadrúpeda que se arrojó sobre él. Roxie dio un férreo pisotón hacia el frente, recargando el bajo sobre la rodilla para soltar un zarpazo a las cuerdas bien tensadas.
—¡Ocúltate con Pantalla de Humo! —comandó ella. La voz tan agrietada como el cuerpo que poseía.
Se sintió mareado y asqueado, pero las hileras de colmillos negros precipitándose sobre él no le dieron tiempo a reaccionar como su Roxie esperaba. En un acto reflejo, Koffing abrió la boca tan grande como le era posible, y profirió un grito desgarrador que aturdió al Herdier sarnoso en su lugar, ganando apenas unos segundos antes de que el animal salte nuevamente y cierre su mandíbula sobre el pokémon venenoso.
El público que saltaba y aplaudía se encogió como un grupo de niños tímidos y amedrentados. Roxie fue la última de la banda en suspender la canción, y él se giró para verla después de tanto tiempo, petrificándose ante la escena desde el aire: su amada resemblaba ahora a una niña anciana, libre de arrugas, pero con la piel completamente descolorida, los pómulos hundidos dibujando ángulos que nunca le había visto a su rostro rebelde y aguerrido. Estaba delgada, con el cabello fino y blanco como una luna desvaneciéndose junto a una lluvia torrencial. Desordenado, caótico. Los dedos huesudos y largos, demasiado para lo corto de sus piernas. Todavía era hermosa, pero algo en ella se había ido para siempre. No sabía ni cómo podía mantenerse de pie; mucho menos sostener ese enorme bajo en sus manos.
Los ojos claros de la niña enferma, hundidos en sus cuencas, observaban con resquemor al espectro que había escapado por la boca del Koffing. Debajo suyo, Herdier aflojó la mordida y retrocedió en estado de alerta. Apenas algo de polvo rojizo sopló desde los orificios creados por el ataque siniestro, pues ese Koffing ya no tenía nada de sangre por derramar, ni gases por expulsar de su interior. Al despojarse de él, le había arrebatado todo el veneno que le quedaba, dejándolo reducido a una bola desinflándose suavemente sobre el escenario.
—No, Roxie, no tienes nada que temer —balbuceó el Gastly con desesperación, el aura violácea estremeciéndose de nervios alrededor de su cuerpo negruzco—. Solo debes seguir tocando… ¡Sigue tocando, y lucharé por ti con todas mis fuerzas! ¡Sigue rasgando esas cuerdas, y tu corazón seguirá latiendo! ¡Y si no puede hacerlo nunca más, me ocuparé de que el mío palpite en su lugar dentro de tu pecho! ¡Por favor, no te rindas ahora! ¡No defraudes a tu público!
Las palabras se agolpaban caóticamente en su boca, y salían disparadas en perfecto desorden. Pero las piernas de ella temblaban aún más, desplomándose sobre sus rodillas viendo cómo su pokémon moría lentamente sobre el escenario. Billy Jo corrió junto a su amiga y la rodeó con sus brazos, intentando protegerla, mientras Nicky saltaba por encima de la batería arrojando una patada al público, ordenándoles que se alejen a quienes intentaron invadir el escenario. Tal fue la brusquedad de sus movimientos que las baquetas se cayeron del asiento, rebotando contra el suelo y resonando en una agónica cuenta regresiva.
El adversario en harapos dibujó una sonrisa más allá de su barba espesa y gris. Casi no se había fijado en él en medio de la conmoción, pero comprendió rápidamente que debería haberlo hecho desde un principio.
—Rastreo —comandó con su voz repulsiva. Herdier pareció sonreírle. Había algo de revancha en esa sonrisa enseñando los colmillos.
El cuerpo de Koffing se encendió de un chispazo, como si el proceso de combustión hubiera iniciado justo al momento de abandonarlo, extinguiendo así cualquier resabio de vida que pudiera albergar en su interior. Se hinchó un poco y rodó en consecuencia hasta las rodillas huesudas de Roxie, cuyos ojos solo podían ver ahora al Gastly que se lanzaba contra ella en una medida desesperada.
Billy Jo pegó un grito cuando el estertor brotó de Koffing en forma de un estallido feroz. Los reflectores en el techo del gimnasio de Virbank envidiaron la luz que causó, justo antes de volar por los aires.
Gastly se zambulló sin titubeos en el pecho de su amada, fundiéndose con su corazón y expandiéndose como una segunda alma para ella. No podía dejar que se desvaneciera. No podía matarla, ni verla morir. Solo podía protegerla en ese momento, con un abrazo a su interior. Ella se sintió ahogada, y sus brazos se sacudieron sin control hasta encontrar el bajo más adelante. Sus dedos arañaron desesperadamente las cuerdas al sentir que el aire en sus pulmones se contaminaba a velocidad vertiginosa. Sus ojos desearon llorar lágrimas, pero éstas se secaban tan rápido como la música volvía a aflorar en su instrumento, pues Gastly no la despediría sin un show apropiado para la posteridad.
Resuelto a morir dentro de ella para darle una segunda vida, dibujó una ancha sonrisa en el rostro de su estrella mientras la ola de calor arrasó con todo alrededor. La explosión se llevaría la materia, pero no tocaría el alma. No tocaría al espíritu ardiendo en su interior. Y mientras él continuara amándola, ella seguiría haciendo su magia en forma de canción.
Los dedos ardían sobre el noble instrumento que castigaban. Las cuerdas desaparecían entre las flamas expulsadas del interior del Koffing que ya era cenizas expandiéndose por el Dogars Club. El propio antro se volvía escombros, sus paredes de hormigón reemplazadas por muros de fuego y un humo denso que se retorció por las calles de Virbank como tentáculos. La piel de la chica se deshizo de tanto tocar su canción, hasta que el metal se encontró con el hueso. Y aún así sonó.
La onda expansiva buscó arrastrarlo por fuera de su nuevo cuerpo, pero se aferró hasta con los dientes a sus vértebras, resistiéndose a dejarla. Su sonrisa ya no podía forzarse: estaba grabada para siempre en su rostro. Sin labios, solo dientes. Sin mirada, solo dos cráteres oscuros y profundos adornándola, como una luna perfecta. Roxie siguió tocando incluso cuando dejó de ser ella misma, resistiéndose al pequeño infierno subterráneo al que se había encomendado para perseguir su propia ambición.
(…)
Una hora después, entre agudas sirenas y luces rojas y azules, el pulido olfato del perro lo condujo hacia una montaña de escombros. Con sus patas excavó laboriosamente, rescatando por fin un instrumento carbonizado y envuelto en huesos que recelosos lo abrazaban.
Un hombre del mar se abrió paso entre la multitud que rodeaba la escena, cayendo de rodillas junto al Herdier mimado por un barbudo sin hogar. Con un trozo de tela deshaciéndose entre sus dedos, los ojos desesperanzados del hombre se encandilaron repentinamente por aquello sobre lo que sus lágrimas cayeron.
Una sola cuerda había sobrevivido, brillando preciosamente bajo el cielo salpicado de estrellas.