Tempestad
—¿Puedes leerme algo? ¿Por favor? Vamos, di que sí…
—Que sepa leer no significa que tenga que contarte historias todas las noches para que te vayas a dormir.
Ai estaba especialmente fastidiosa esa noche. La oscuridad había caído en la mansión, que debido a la falta de luz se volvía mucho más tenebrosa de lo normal. Cualquier Pokémon hubiera evitado transitar por los tenebrosos pasillos a solas, pero ella parecía conservar toda su energía, revoloteando alrededor de él y tratando de mirar por encima de su hombro en todo momento. Era imposible estar tranquilo de esa forma; dando un suspiro, tomó el primer libro de cuentos para niños que encontré y la golpeó amistosamente en la cabeza para que se quedara quieta.
—¡Au! ¡No me pegues!
—Sólo uno. Y luego me dejas en paz, ¿entendido? —replicó, mientras ésta se sentaba encima de una de las estanterías, a la vez que el mechón en su cabeza recuperaba su posición original.
Iluminado por las luces de su propio cuerpo, abió el libro y comenzó a leer de mala gana. ¿A quién le importaban los cuentos, de todas formas? No había nada útil en ellos.
“Había una vez un brujo muy poderoso llamado Prospero, que vivía en una isla con su hermosa hija Miranda y dos sirvientes: una grácil espíritu del aire llamada Ariel, y un extraño monstruo salvaje, mitad humano – mitad demonio, de nombre Caliban. Un día, una enorme tormenta se formó alrededor de la isla. La tempestad fue tan fuerte que hundió un barco que pasaba por allí. La hija del brujo observó impotente cómo las víctimas eran tragadas por las olas, por lo que le pidió a su padre que los salvara.
Ariel rescató a varios de los supervivientes bajo las órdenes del brujo; mas no lo hizo por su hija, sino para que quedara al menos alguien vivo que pudiera contar lo que había sucedido. Fue él quien había ocasionado la tormenta, con el objetivo de que el rey muriera y él, un antiguo duque, pudiera reclamar la corona. Desgraciadamente para él, no esperaba que el hijo del rey, el príncipe Ferdinand, estuviera entre los rescatados.”
Vaya comienzo más trágico. Lo primero que se preguntó es por qué era esta historia en un libro para niños. No había pasado ni dos páginas y ya había muerto un montón de gente, pero a Ai no parecía importarle: con tal de que le leyera algo, ella estaría satisfecha. Apoyándose contra la pared de ladrillos que tenía a sus espaldas, bajó la vista al libro una vez más.
“Prospero estaba dispuesto a matar al príncipe, pero su hija se enamoró de él en el momento que la vio. Disgustado por lo que estaba sucediendo, el brujo ordenó a su esclavo que matara a todos los tripulantes que quedaban vivos. Pero Caliban odiaba a su maestro, por lo que les contó el plan a los naufragados, quienes en su lugar lo convencieron de matar al brujo y secuestrar a su hija, a la cual él… quería. Sí. La quería mucho.”
Con el ceño fruncido, Mewtwo pasó la página con desagrado. Acompañado del texto que claramente decía “codiciaba” en lugar de “quería”, había una imagen de aquel monstruo salvaje reptando de una forma asquerosa sobre la hija del brujo, mientras ésta trataba de zafarse con una expresión de terror. ¿Qué rayos era este cuento?
"Ariel escuchó a escondidas los planes del monstruo, y corrió en búsqueda de su amo para contarle lo que estaban planeando. Pero en lugar de enfadarse, algo en el corazón del horrible brujo cambió. Agradecido por la lealtad de su espíritu, la liberó de sus cadenas para que pudiera llegar al más allá. Afligido por la felicidad que nunca había visto en su hija, le permitió casarse con el príncipe y arregló su barco inmediatamente. Y sintiéndose culpable por el odio que Caliban le tenía, le pidió perdón y rompió su bastón en frente de él, jurando nunca más usar magia en su vida.
Conmovida por sus palabras, Miranda le pidió al príncipe que tuviera piedad de él. Al darse cuenta que de si no fuera por la tormenta, jamás la hubiera conocido, Ferdinand accedió. Padre e hija subieron al barco, y zarparon en busca de un lugar mejor. Fin."
Más confundido que nunca, pasó la última página del libro, mirando la última ilustración de la contratapa, que mostraba el barco y a la pareja dándose un beso. Debajo, había una pequeña descripción del libro. “La Tempestad, por W.S: En esta obra de teatro ilustrada…”
No era un libro para niños. Las imágenes eran simplemente una guía para que los humanos pudieran replicar la historia, disfrazándose y pretendiendo ser los personajes del cuento. Un tanto fastidiado, lo devolvió a la estantería.
—¿Ya estás satisfecha? Felices por siempre, como en todos los cuentos.
—No realmente…
Mewtwo levantó la mirada hacia la Pumpkaboo, quien se había quedado con los ojos fijos en el espacio que ahora ocupaba el libro. No iba a leerle otro cuento. Debería estar agradecida de que hubiera accedido a hacerlo en primer lugar.
—¿Qué pasó con Caliban? —preguntó, un tanto confundida.
—Se quedó a vivir en la isla, supongo.
Ambos se quedaron callados durante un momento. Tenía razón, la obra no mostraba un desenlace para el monstruo, a pesar del final feliz que tenían el resto de los personajes.
—Ojalá Ariel se hubiera quedado con él.
—Ese monstruo estaba mejor solo, créeme— replicó, mientras aquella espantosa imagen se formaba una vez más en su cabeza.
—¿No te recuerdan a nosotros? ¿…Mewtwo?
Aquella última frase se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Lo había estado pensando, pero no esperaba una pregunta tan directa que lo confirmara. Sí. Sí les recordaba a ellos. Ariel era un espíritu que pertenecía al más allá, pero que se mantenía atada a la tierra, a pesar de que ese no era su lugar. Una criatura muerta desde el comienzo.
Al igual que Ai, quien jamás tuvo la oportunidad de nacer.
Nada más que un espíritu en sus memorias, atormentándolo por siempre.
Recordándole de que no había podido hacer nada para salvarla.
Alcanzó a tragar un poco de saliva, intentando disimular el efecto que sus palabras habían tenido en él. No había ninguna forma de que ella supiera a quien le recordaba realmente. Solamente era un Pokémon perdido.
—¿Por qué lo dices? —alcanzó a preguntar, fingiendo un tono desinteresado.
—Porque era un Pokémon fantasma, como yo. Y era buena, porque salvó a la gente de ahogarse. Y quería a su amo, y no quería que el monstruo matara a-
—Entiendo —la cortó Mewtwo—. Supongo que yo sería Caliban, entonces.
Una bestia repugnante. Un híbrido, creado a partir de la genética Pokémon y la ciencia humana. Al igual que el personaje del cuento no era ni humano ni demonio, él tampoco pertenecía a ninguno de los dos. Ni humano, ni Pokémon.
Simplemente un monstruo.
—Sí, pero yo no creo que él sea un monstruo —replicó Ai, como si hubiera leído sus pensamientos—. Hizo cosas malas, ¡pero no fueron por su culpa! Y también quería a la humana: nadie que quiere a alguien puede ser malo, ¿verdad? Pero a pesar de todo, termina solo en la isla…
Al igual que él en esa mansión. Alejado para no herir a aquellos que quería.
—Creo que habíamos dicho que me dejarías en paz después de esto.
—Pero… —quiso reprocharle, pero él ya no aguantaba más.
—Quiero estar solo, Ai —alcanzó a murmurar entre dientes.
Sintió como la rabia le inundaba el corazón mientras observaba a la Pumpkaboo alejarse flotando en dirección a las escaleras. Maldijo a su horrible destino por darle a ambas el mismo nombre. Maldijo aquel inmundo libro y a sus metáforas. Maldijo aquella biblioteca, y sus estúpidas obras mezcladas entre cuentos de niños. Extendió el brazo en dirección ejemplar de “La Tempestad”, dispuesto a destrozarlo y convertirlo en combustible para su próxima comida, pero en el momento en que lo arrancó de su lugar en la estantería, otro libro cayó al piso. Los personajes eran los mismos. Las ilustraciones eran parecidas. Pero había algo diferente en la tapa.
“Miranda y Caliban”
El monstruo y la humana se miraban con tristeza en la portada del libro. No había ningún rastro de aquella desagradable escena que existía en la obra de teatro original. ¿Quizá aquello era una continuación? ¿Algo que explicara que sucedía con el monstruo al quedarse sólo en la isla? Tomó su capa raída, ocultando el libro en caso de que Ai se acercara y salió al exterior, en dirección a los bosques.Al no contar con la luz de la pequeña, debía buscar un lugar donde pudiera leerlo con tranquilidad. Podía ver en la oscuridad sin problemas, pero era diferente en el caso de los libros: la letra era tan pequeña que sólo le ocasionaría dolores de cabeza. Anduvo un largo trecho buscando un lugar en particular, hasta que finalmente lo encontró. Se trataba de la enorme roca grisácea frente al río, cuyo cauce creaba sobre él una franja vacía de árboles, que permitía que el reflejo de la luna diera justo en su dirección.
No se trataba de una continuación. Al parecer se trataba de otra interpretación que le habían dado a la historia original. Un cuento diferente, donde el brujo simplemente mantenía a la hija cautiva para forzarla a casarse con el noble que él quisiera. El enfoque parecía estar en el brujo como el verdadero villano de la historia en lugar del híbrido. Era mucho más agradable de leer, de eso no había duda.
—¿Otra vez con eso? —preguntó una voz al lado de su oído.
El libro salió volando de sus manos, mientras Mewtwo trataba de mantener el equilibrio, cayendo finalmente sobre el césped húmedo del rocío nocturno. Había estado tan enfrascado en el cuento que no se había percatado de su presencia. Mizu se asomó con curiosidad por el borde de la roca, mientras este se ponía de pie y buscaba su libro por todas partes. Pero éste se encontraba en las manos de ella ahora.
—Eso es mío. Devuélvemelo —dijo con serenidad, extendiendo el brazo.
—Sólo si me muestras cómo haces para entender lo que está escrito en esos libros.
—¿Tú tambien? —Mizu lo miró con perplejidad: ella y Ai aún no se conocían—. Agh, de acuerdo. Ahora es muy tarde, pero te prometo que te enseñaré a leer algún día.
Sonriendo y haciéndose a un lado para que él se sentara a su lado, Mewtwo retomó la lectura. No quería que ella también estuviera interrumpiéndolo a cada momento, por lo que se puso a leer en voz alta. Realmente no importaba que estuviera a mitad de la historia. Mizu se recostó sobre la roca con los ojos cerrados, dejándose llevar por el cuento y haciendo volar su imaginación.
El cuento retrataba una relación diferente, donde Caliban mostraba a Miranda la crueldad y las verdaderas intenciones de su padre, y planeaban huir juntos. En ambas historias, era Ariel la que los escuchaba a escondidas, y corría a contarle al mago de su traición.
Y para enseñarle una lección a su hija, Próspero mataba a Caliban. Un final diferente, donde el amor del híbrido por su hija sólo termina causándole sufrimiento. Cegada por el odio y la venganza, Miranda mata al brujo en su lecho, liberando al espíritu del viento de sus ataduras y devolviéndola a su descanso eterno. Sin embargo, la vida de su amado jamás regresaría.
—No sabía que los humanos eran capaces de pensar en cosas tan hermosas… —comentó ella por lo bajo, una vez el silencio volvió a inundar el bosque.
Si él era Caliban, y Ai era Ariel, Mizu definitivamente era Miranda: ya era bastante ridículo que los nombres de ambas fueran tan parecidos a los de las historias. ¿Quizá el destino trataba de decirle algo esta vez, además de recordarle continuamente sus miserias?
—…aunque hubiera preferido un final mejor.
Y si tanto él como ella eran herramientas de Prospero… el brujo era una representación de los humanos, utilizándolos a ambos para sus propios intereses. ¿Es que el final del monstruo no podía ser uno feliz? Tratar de buscar la felicidad sólo le había traído dolor y muerte a su compañera; mientras que alejarse de ella lo había hecho miserable y solitario, pero a cambio de que ella tuviera una vida sin sufrimiento.
Y una vez más, aquella maldita pregunta salía de sus labios.
—¿No crees que son como nosotros?
Instrumentos de otros, tratando de escapar de sus captores, y reunidos por el confort que les daba saber que existían más de su especie. Que no estaban solos en este mundo.
—Ellos se ven como iguales. Y nosotros somos lo mismo —dijo Mizu ensimismada, elevando un brazo hacia el firmamento.
—Sólo que nosotros no somos iguales —replicó él, apretando el libro con fuerza.
Porque al menos ella tenía un lugar: junto a los Pokémon. Las criaturas no huían aterrorizadas al verla. No lo rechazaban como a él. Al igual que el cuento, Miranda siempre tendría a otros de los suyos en quien confiar. En cambio, él siempre estaría en el limbo. Demasiado humano para ser Pokémon, y demasiado Pokémon para ser humano.
—No tienes por qué-
—¡No soy como tú! —estalló finalmente, lanzando el libro con todas sus fuerzas contra un árbol—. ¿Qué es lo que no entiendes de eso?
Habían pasado varios años desde que las había visto. La esencia de la vida, fluyendo por el rostro de todas las especies de la misma manera. Quizás era lo único que hacía a humanos y Pokémon iguales, en cierta forma. Pero esa no era la razón por la cual las detestaba.
Simbolizaban la debilidad, pero mostraban dolor y tristeza. Y se odió a sí mismo, porque eran sus propias palabras lo que había hecho que volviera a verlas, asomándose por los ojos de aquella que tenía en frente.
—…creo que me lo has dejado bastante claro —alcanzó a decir, con un hilo de voz—. Lo siento.
—¡Espera! ¡No quise-! —trató de explicarse, pero ya era demasiado tarde.
A pesar de que su pierna aún estaba herida, su cuerpo se impulsó a toda velocidad en dirección al cielo, deseoso por escaparse de allí. No tenía sentido seguirla, ella era mucho más ágil que él en el aire, y ya le había mencionado que su especialidad era huir para no ser capturada, antes que buscar un enfrentamiento.
Se recostó en la roca, aún tibia por su calor corporal. Quizás eso era lo mejor. Ella encontraría su lugar en el mundo, y no duplicaría el riesgo de que tanto sus captores como los de ella estén tratando de darle caza. La Luna era tan hermosa…
—¿¡Vas a quedarte ahí tirado mientras ella se va!?
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Me has estado siguiendo!
Ai lo miraba con reproche desde un árbol a sus espaldas. Con sus luces apagadas e inmóvil en la oscuridad, no distaba mucho de un fruto silvestre. Pero claramente se trataba de ella.
—¡Y menos mal que lo hice! ¡Ve a por ella!
—No hay caso —respondió este, apesadumbrado—. Lo mejor es que ella se vaya. Si se queda aquí sólo la pondré en peligro. Esto no es un cuento, Ai: No hay felices por siempre para nosotros dos.
Creyó que eso sería suficiente para callarla. Era una niña, ¿qué iba a responder de todos formas? Era hora de que aprendiera la dura realidad. Y así fue. En voz baja, la pequeña Pumpkaboo se acercó a su lado.
—El monstruo nunca puede ser feliz. ¿Por qué?
—Porque los finales felices existen solo en los cuentos.
—¿Y los finales tristes son sólo para los malos?
—Correcto. Siempre ha sido así.
Cerró los ojos con fuerza, cementando su decisión: tenía que dejarla ir. Por más que no quisiera, era lo mejor. Ai se apoyó sobre su cabeza. Elevó la mirada con tristeza para observarla, pero ella le devolvía una sonrisa de oreja a oreja a cambio: una sonrisa cargada de lágrimas. Porque en muy pocas ocasiones, las lágrimas también expresan felicidad. Y era una niña llamada Ai quien se lo enseñaba, una vez más.
—Pero si eso sólo pasa en los cuentos, ¿no significa que en la realidad…
…alguien malo puede tener un final feliz?
Tenía que estar por algún lado. No podía haber ido tan lejos, no con la pierna en ese estado. Saltó de copa en copa por los árboles por un largo rato, tratando de encontrarla en la oscuridad. Si aún estaba volando, su figura se debería reflejar entre los árboles, aunque sea débilmente.¿Y si había salido del bosque? ¿Y si se había escondido en una cueva? Se llevó una mano al entrecejo, tratando de pensar… y entonces la vio. No con los ojos abiertos, sino al contrario. Una cálida aura rojiza se destacaba perfectamente entre las dos que la rodeaban. ¡La estaban atacando!
Se lanzó en picada entre los árboles hasta caer a su lado, mientras cargaba una Bola Sombra en uno de sus brazos, que apuntó a la figura de la derecha, la que estaba más cerca de Mizu. Sin embargo, era muy tarde cuando se percató que no se trataba de enemigos. Eran las hermanas Gardevoir que los habían curado a ambos anteriormente.
Alcanzó a desviar el ataque lo suficiente como para que no impactara en ninguna de ellas, pero aun así el estruendo las puso alerta. La más joven fue la primera en encararlo: sabía que ella siempre había desconfiado de él. No era muy buena en disimularlo tampoco.
—¿A qué has venido? ¿No crees que has hecho suficiente daño ya? —le gritó con furia, mientras la más grande se acercaba rápidamente a su lado.
—Quiero hablar con ella. Pensé que estaban tratando de hacerle daño…
La hermana menor jamás le creería, eso estaba claro. Pero la mayor era más comprensiva. Le puso un brazo en los hombros, tratando de tranquilizarla.
—July, si hubiera querido atacarnos, de verdad no hubiera fallado. Ya has visto de qué es capaz. ¿Piensas que no puede controlar la dirección de una simple Bola Sombra?
—Ali, ¿realmente crees que… que…? — la más joven trató de responder, pero no encontró palabras para expresar su frustración.
—Lo que realmente creo es que deberíamos dejarlos solos.
Lanzándole una última mirada de desconfianza, July se retiró junto con su hermana. Mizu se encontraba un par de metros más atrás, sujetándose una de las patas con ambas manos. Sabía que aún no estaba curada del todo.
—¿Qué quieres? —le espetó, aún con la voz quebrada.
—Pedirte disculpas. No quiero que te vayas.
El rostro de Mizu se aflojó un poco. Levantó la mirada hacia donde él se encontraba, y éste se acercó, quitándose la capa raída y atándole el tobillo con fuerza para inmovilizarlo.
—¿Te duele?
Mizu no contestó. Tampoco lo miraba a la cara. Estaba en todo su derecho de sentirse enfadada, después de haber estallado frente a ella de esa manera.
—¿Por qué… eres así? —preguntó finalmente—. ¿Por qué alejas a todos los que se te acercan?
Porque estaba cansado. Cansado de no tener un lugar en el mundo, cansado de que todos lo vean como una bestia horrible del cual tenían que escapar.
—Porque soy un monstruo.
—¿Y yo qué soy, entonces?
—No quise decir eso —replicó este rápidamente. Lo estaba echando a perder, realmente no servía para esas coas. Pero para su sorpresa, ella sonrió.
Con un poco de dificultad, Mizu se puso de pie. No era la luna la que era tan hermosa. Era su reflejo, proyectándose en los objetos. O quizá simplemente se trataba de ella.
—Ya te lo he dicho antes, Mewtwo.
Quiero saber quién eres en realidad.
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