Capítulo 1: Una nueva aventura en Kanto.
Hoy, es un día especial para Brendam. Su tan esperado décimo cumpleaños por fin había llegado, y con él, también llegaba la oportunidad de iniciar su viaje y convertirse en un maestro Pokémon.
Despertó temprano. No quería por nada del mundo llegar tarde al laboratorio del profesor Oak. Mientras se cambiaba, emocionado y a la carrera, no podía dejar de pensar en aquella incógnita que seguramente, en aquel mismo instante, estaría carcomiéndole la mente a sus homólogos novatos: ¿A cuál inicial debería elegir?
— Squirtle podría ser una buena elección — Musitó Brendam, sumergido en sus pensamientos sin percatarse de que hablaba solo.
Se puso unos cómodos vaqueros azules, zapatillas deportivas, una camiseta negra y una brillante chaqueta roja, para finalmente posar sobre sus enmarañados cabellos color miel, aquella vieja gorra que tanto lo llenaba de orgullo, la misma que su padre había usado años atrás al iniciar su viaje.
Echó un rápido vistazo a su reflejo en el espejo y sonrió ampliamente al verse. Sus ojos azules chisporroteaban con el brillo de la aventura, definitivamente estaba listo para iniciar su viaje.
Bajó las escaleras con prisa, pero con cautela; sabía que aquellos momentos de la mañana eran los que su madre elegía para meditar, y contemplar con solemnidad el altar de su padre, aquella persona tan especial que hacía cinco años se había desvanecido como tantas personas en el terrible incidente de Ciudad Verde. Se sentía lo suficientemente emocionado como para volcar la casa de revés, pero hasta él que era un niño, sabía que había momentos en la vida en los que debía bajar las revoluciones y comportarse como un adulto.
Miró en derredor, la casa estaba silenciosa, en una calma casi sepulcral. Sus ojos inquietos se detuvieron ante la figura de su madre que yacía en el mismo lugar en el que solía encontrarla todas las mañanas.
Era alta, de hermoso rostro, con un largo cabello color miel que desbordaba una dulce fragancia. Ella mantenía los ojos cerrados en una actitud solemne, susurrando lo que parecía ser una plegaria. Frente a la mujer se alzaba un austero, pero bien arreglado altar. Varias flores blancas hermoseaban rodeando un pequeño rectángulo plateado que custodiaba la foto de aquel hombre que tanta felicidad les había brindado, aquel hombre cuya partida, aún después de cinco años, dolía como si fuese el primer día.
El fulgor de los ojos castaños de aquel hombre parecía tan vívido y abrasador, que su mirada se podía percibir, aunque se tratase solo de un pedazo de papel.
Su sonrisa resplandecía victoriosa, y su brazo derecho se alzaba hacia el cielo sosteniendo un trofeo que refulgía como el oro. Su hombro era el escaparate de un hermoso Pikachu que lucía tan feliz como su entrenador. Pero no solo su amarillo compañero figuraba en aquel momento de gloria. A su espalda, un grupo de fieros Pokémon formaban la amalgama ganadora que antaño lo habían coronado campeón de la región. Krookodile, Serperior, Infernape, Greninja y finalmente un indómito Charizard que soberbio lanzaba una potente llamarada al cielo. Todos ellos quedaron inmortalizados en aquel escenario de orgullo perpetuo, donde ni siquiera la muerte había mancillado la chispa de grandeza que de ellos emanaba.
Brendam había sido atrapado y abstraído por la imagen de su padre. Sonrió, y de sus labios, casi involuntariamente, brotaron unas palabras: — No te defraudaré. — Dijo por lo bajo el muchacho, fiel a su manía de pensar en voz alta cuando se concentraba demasiado en algo.
— Así que ya te vas. — Dijo su madre, haciéndole dar un respingo.
Inmediatamente el entrenador juntó las manos, agachó la cabeza e hizo una reverencia en señal de respeto, arrepentido de haberla interrumpido.
La mujer se incorporó, y su cabello ondeó por breves segundos impregnando el aire de aquella dulce fragancia tan característica.
Él elevó el rostro y su mirada se clavó en la de ella.
Brendam no solo había heredado la belleza y el color de cabello de su madre, también sus ojos eran idénticos, al menos a simple vista. Solo hacía falta mirar con detenimiento en los ojos de cada uno para darse cuenta que, ni por asomo podía compararse la inocente mirada del chico, con la hermosa y profunda melancolía que los ojos de su madre irradiaban. Era como si el alma detrás de aquellas hermosas ventanas estuviera astillada. Al ver en sus pupilas, Brendam no podía más que amarla profundamente. Sabía de su dolor con solo divagar unos segundos en su mirada.
Fue ella quien apartó la vista primero para luego decir: — ¿Sabes que yo estoy totalmente en contra de que realices este viaje verdad? — Brendam asintió dolorosamente. — Pero también estoy consciente de que no puedo detenerte. Solo prométeme algo, cuando regreses, que sea en una sola pieza y respirando.
Ella le miró con dureza y él no pudo más que responder con un sumiso “sí” que casi pareció perderse en el silencio de la casa.
Quería decirle tantas cosas, pero no se atrevía. Deseaba gritarle que el sería más cuidadoso que su padre, que debían dejar atrás el pasado y continuar con sus vidas. Pero era difícil hacerlo, quizás porque en el fondo, él tampoco había superado lo de su padre. Quizá porque aun siendo un pequeño novato en la vida, había aprendido a muy corta edad que la muerte no era algo que se superara, que aquello era una mancha fea e indeleble que uno solo podía cubrir con la fuerza de voluntad de seguir viviendo a pesar de estar roto por dentro.
Brendam lucía cabizbajo pensando en que su madre estaba arrepintiéndose de dejarlo ir. El alma le regresó al cuerpo al sentir los cálidos brazos de ella envolverle y estrujarlo contra su pecho.
— Ve con cuidado y pon en alto el nombre de Pueblo Paleta. — Susurró la mujer al tiempo que se separaba de él y le brindaba una sincera y hermosa sonrisa. La confianza regresó al atribulado entrenador. La miró con decisión. — Así será — respondió.
El muchacho cruzó el umbral con una mochila a sus espaldas. Dejó atrás a su madre y abrió la puerta hacia su nueva vida.
Una refrescante brisa mañanera lo impregnó aún más de entusiasmo. El paisaje era hermoso, los Pidgey surcaban el cielo azul, y las montañas de Kanto despuntaban verdes e imponentes casi acariciando los rayos solares que pasaban cerca de ellas. El día parecía perfecto y aquello motivaba sobre manera a Brendam.
Salió del patio de la casa y recogió del césped su amada bicicleta, una hermosa montañesa color cobalto que antaño sus padres le habían regalado. Respiró profundamente dispuesto a dar comienzo a su viaje. Echó una última y nostálgica mirada a su hogar reparando en un detalle que antes había omitido. Un bulto amarillo retozaba agazapado entre el verde césped. Era un Pikachu.
— ¡Adiós! — gritó Brendam sacudiendo la mano. El Pokémon alzó levemente la cabeza y le miró con desgana, exhaló un suspiro cansado y volvió a su apremiante faena de dormir entre la hierba. — Sé que también lo extrañas — susurró Brendam, y acto seguido comenzó a pedalear hacia el laboratorio del Profesor Oak.
2
Brendam pedaleaba con determinación, y aunque la colina que debía franquear era empinada y escabrosa, su voluntad y emoción no le permitían desistir. Fue por eso que, al llegar a la cima, no pudo evitar esbozar una sonrisa. Había pasado su primer obstáculo.
Echó un largo vistazo al panorama. Un enorme y esmeraldino bosque bordeaba el camino serpentino por el cual debía llegar al laboratorio. Luego de recuperar el aliento y tomar aire fresco, se dispuso a continuar con su recorrido.
No se sabe si fue la peculiar belleza de aquel día, o la adrenalina de estar cada vez más cerca de su primer Pokémon, lo cierto es que una chispa de imprudente locura se apoderó de él.
Tomó impulso, y con la sonrisa desplegada como un paracaídas, bajó la colina como un rayo.
No tenía que hacer nada, tan solo posó suavemente sus pies sobre los pedales y dejó que la cadena se desenrollara. La sensación fue inigualable. Había momentos en los cuales la bicicleta se suspendía un par de centímetros del suelo, y aquello lo hacía sentir en las nubes. Por esa fracción de segundos él sentía que era el dueño del tiempo y el espacio.
Estaba tan extasiado con el vértigo y la sensación de poder surcar los cielos con aquella bicicleta, que cerró los ojos por unos segundos.
No había más que oscuridad y el salvaje silbido del viento taponeándole los oídos. Después de un breve lapso de tiempo, abrió los ojos, miró a los lados y se encontró con un abstracto paisaje de manchones verdes, marrones y destellos purpúreos. Cuando miró al frente, el laboratorio del profesor Oak ya se divisaba a escasos metros.
Ya estaba cerca, casi podía distinguir los portones oscuros del complejo científico cuando de pronto… una sombra borrosa apareció frente a él.
Como pudo, ladeó el manubrio de la bicicleta esquivando al entrometido caminante, pero su atrevida maniobra le costó caro. El movimiento había sido tan abrupto y brusco, que hizo a Brendam salir despedido a un lado del camino.
El chico alzó la vista cediendo al impulso involuntario de descubrir la identidad del transeúnte al que casi arroya. Su sorpresa fue grande. Frente a él se encontraba una chica, y una muy linda. Ella parecía como en shock, y no era para menos, estuvo a punto de ser embestida por un loco ciclista endemoniado al que le gustaba lanzarse en desbandada por las colinas de Pueblo Paleta.
Cuando ella por fin reaccionó y vio al imprudente ciclista enmarañado entre hojas y ramas secas y con la bicicleta de sombrero, se dirigió rápidamente hacia él. — ¿Te encuentras bien? — preguntó tímidamente.
Brendam la observó por breves segundos olvidándose del dolor que le producían los raspones que se había propinado. Se fijó en sus particulares ojos color violeta, resguardados por unas gafas rosadas de montura ancha. También reparó en su exuberante cabello rubio, que pese a estar atado en una discreta cola de Ponyta, aún dejaba escapar alguno que otro mechón rebelde. La chica iba ataviada con una camiseta celeste, unos pantaloncillos deportivos negros, y zapatillas del mismo color de su playera. También llevaba un curioso bolso cruzado de color marrón, y un libro apresado entre sus manos con un título en letras grandes que decía: “La guía del novato.”
— ¡Sí! Estoy bien — respondió él, desplegando una sonrisa de esas que valían un millón de Pokedolares. Se incorporó tan rápido como pudo, se sacudió la ropa, y acto seguido extendió la mano a su interlocutora. — Me llamo Brendam, lamento haberte asustado, creo que me dejé llevar por la emoción de la velocidad.
Un leve rubor subió por las mejillas de la tímida muchacha al estrechar la mano del tosco novato. — Me… me llamo Luna — Trastabilló.
Brendam recogió su bicicleta y la remolcó lentamente hacia la entrada del laboratorio.
— Ha sido un gusto conocerte Luna, quisiera quedarme a conversar, pero tengo algo de prisa. Nuevamente discúlpame por el susto que te hice pasar. — Brendam sacudió su mano despidiéndose y sonriendo. Luna, aún un poco desconcertada le regresó el gesto, y solo cuando él le dio la espalda, ella se atrevió a devolverle la sonrisa.
— La verdad yo también me dirijo…. — Exclamó la chica sin ser escuchada por él.
3
El laboratorio era pequeño, rodeado de muchas computadoras y una máquina de tratamiento médico, similar a las que Brendam había visto en los centros Pokémon. Las paredes estaban cubiertas por enormes pizarras acrílicas, atiborradas de garabatos científicos únicamente entendibles para los eruditos que los habían escrito. En el centro de la habitación había una mesa enorme rodeada de gruesos libros de texto y altas torres de papeles y carpetas. Pero lo que llamó la atención del pequeño aspirante a entrenador, fueron las tres relucientes pokeballs que estaban casi ocultas entre el desordenado tumulto de cosas.
Brendam las miró con ansia. Se acercó lentamente hasta estar frente a ellas. Alargó el brazo y tomó una. El corazón le palpitaba a mil, deseaba con todas sus fuerzas liberar a aquel Pokémon solo por la mera satisfacción de saber lo que se sentía. No podía esperar a los demás, necesitaba hacerlo en aquel momento.
— No comas ansias muchacho — Exclamó una potente voz.
Brendam dio un respingo que casi lo hizo soltar la esfera. Hizo malabares con ella, y cuando al fin la pudo retener en sus manos, volvió a ponerla en su lugar.
— Yo solo estaba echando un vistazo — Dijo el chico tratando de disimular su travesura.
El profesor Oak bajó lentamente las escaleras y miró inquisitivamente al entrenador. — Sigues siendo el mismo muchacho inquieto ¿verdad Brendam?
— Supongo que hay cosas que no cambian profesor — Respondió el chico, llevándose las manos a la nuca y enseñando los dientes en una sonrisa forzada y nerviosa.
Las facciones del científico se ablandaron. Movió con vanidad uno de sus mechones de cabello castaño y sonrió con un dejo de soberbia. — Se agradece que estés aquí temprano, porque tu papaíto era un poco vago. Gracias a Arceus que heredaste el sentido de la disciplina de tu madre. Se ve que tú si quieres empezar con pie derecho este viaje.
Brendam sonrió con vergüenza. Conocía de sobra la historia sobre el primer viaje de su padre y el por qué había sido Pikachu su Pokémon inicial.
— Ho...hola — Interrumpió suavemente una voz que a Brendam se le hizo familiar.
Ambos voltearon hacia la entrada del laboratorio y vieron a la tímida chica de cabellos rubios y ojos violetas que minutos antes Brendam casi había arrollado con su bicicleta.
— ¡Bienvenida! — Gritó con júbilo el profesor. — Tú debes ser Luna, tu padre me habló mucho de ti y me pidió que fuera yo quien hiciera entrega de tu inicial.
— Sí, me disculpo por los inconvenientes, pero no podía estar en pueblo Lavanda para la fecha de entrega, así que, como estaba cerca de pueblo Paleta pues… decidí venir aquí profesor.
El profesor agitó su mano derecha en señal de que no hacía falta dar explicaciones. — No te preocupes pequeña, solo debemos esperar al tercer entrenador, no debe tardar en llegar. Por mientras por qué no van conociéndose. — El profesor señaló a Brendam y este sonrió al ver a Luna.
— Ya nos conocemos profesor. ¡Es genial que tú también inicies tu viaje hoy! ¿Ya sabes a que inicial escogerás? — Preguntó efusivamente el muchacho dirigiéndose a la chica.
Luna bajó la mirada tímidamente y sus mejillas se volvieron a encender en rubor. Esbozó una sonrisita casi imperceptible.
— Creo que… Bulbasaur sería una buena opción.
El chico se llevó la mano izquierda al mentón y adoptó una pose de cavilación.
— Mmm… Tomando en cuenta que el primer gimnasio, el de Ciudad Plateada, es de tipo roca, y el segundo, el de ciudad Celeste, es de tipo agua, definitivamente sí, Bulbasaur es la mejor opción para empezar el viaje.
— ¡Verdad que sí! — Exclamó Luna con una efusividad impropia de su carácter.
Por alguna extraña razón se sentía feliz de tener el apoyo de alguien más que no fuese de su familia. Los entrenadores de su natal Pueblo Lavanda eran despiadados y siempre se burlaban de ella, alegando que en las batallas Pokémon valía más el instinto que el cerebro, y que una comelibros como ella jamás llegaría a ser una entrenadora competente. Ahora, este chico recién aparecido parecía estarla tratando con la dignidad que merecía.
Aún estaban conversando cuando un sonoro carraspeo los interrumpió. — Buenos días.
Todos, incluido el profesor, dirigieron la mirada hacia la puerta. Un chico se encontraba ahí. Llevaba ropa bastante atlética. Una camiseta negra de tirantes, unos pantaloncillos cafés, zapatillas deportivas, guantes sin dedos, y en el lado izquierdo de la cadera le colgaba una bolsa mariconera de tamaño considerablemente grande. Llevaba el cabello castaño en puntas, y sobre aquel estrafalario peinados sobresalían unos brillantes googles.
El chico dio un par de pasos al frente, ingresando por completo al laboratorio. Sonrió tenaz y amenazante mientras se frotaba con el dedo índice la nariz. — Mi nombre es Dylan y estoy aquí para iniciar mi viaje y convertirme en el más grande entrenador Pokémon del mundo.
— Pero nadie le preguntó. — Susurró Brendam a Luna, tapándose los labios con la mano para que el mencionado no se diera cuenta.
La chica lanzó una risita prudente llevándose la mano a la boca.
Dylan entrecerró los ojos con malicia y se dirigió a Brendam: — Te he escuchado listillo. — alzó con furia el dedo índice y señaló al peli miel. — Tú serás el primero en caer, lo prometo. ¡Dime tu nombre!
— Está loco — dijo Brendam por lo bajo.
— ¡Qué dijiste! — Bramó el atleta.
— Dije que me llamó Brendam. — Respondió el aludido sonriendo forzadamente.
El profesor, al notar que aquello podía salirse de control, intervino: — ¡Bien, bien! Vamos a calmarnos, y ya que estamos todos, demos inicio al protocolo de entrega.
Los tres novatos siguieron con la vista al profesor mientras este se dirigía a la mesa donde se encontraban las Pokéballs. El científico tomó la bandeja con las tres esferas. Tomó una entre sus dedos y jugueteó con ella antes de empezar su discurso.
— Mi nombre es Gary Oak, pero muchos me conocen como el profesor Pokémon. Hoy, ustedes tres iniciarán un camino espléndido lleno de aventuras. Esto no se trata únicamente de alcanzar fama y grandeza. En este viaje ustedes deben luchar por encontrarse a sí mismos. Este viaje les ayudará a forjar lo que de verdad quieren ser. Llegarán momentos de felicidad, así como también llegarán momentos de desdicha, pero todo habrá valido la pena si al final del camino ustedes logran convertirse en personas plenas y con una visión clara del futuro.
El laboratorio estaba en silencio, solo se escuchaban los diluidos ecos de la voz del profesor. Los tres chicos lo miraban extasiados, cautivados y expectantes.
— Ahora elijan sabiamente — Musitó el profesor. Abrió la primera de las tres Pokeball. Un destello diáfano emergió de ella tomando una forma cuadrúpeda. El Pokémon se materializó y finalmente los novatos tuvieron frente a ellos a un hermoso Bulbasaur.
La creatura tenía una reluciente piel verdosa salpicada por varias manchas de un verde más oscuro. Sobre su espalda se alzaba una gran semilla en donde el tipo hierba conservaba los nutrientes ideales para su desarrollo. — Este es Bulbasaur — añadió el profesor — Es el inicial tipo hierba de Kanto, y uno de los Pokémon más dóciles de manejar. Ideal para entrenadores que no deseen, en primera instancia, batallar mucho con el entrenamiento y la crianza de este pequeño.
¡Es hermoso! — Chilló Luna, emocionada. La pequeña había soñado toda su vida con obtener al pequeño truhan verde. El Pokémon pareció detectar la emoción de la futura entrenadora y lanzó un animoso saludo. — ¡Saur, Saur, Bulbasaur!
— Parece que le agradas — Añadió Brendam. Los chisporroteantes ojos rojos del tipo hierba parecían confirmar aquella declaración.
El profesor abrió la segunda Pokeball, y nuevamente el rayo de energía que emanó de ella adquirió la forma de un simpático Pokémon azul. La pequeña tortuga acorazada sonrió con chulería, cruzó los brazos sobre su pecho y lanzó un sonido carrasposo a manera de saludo.
Brendam y Dylan se abalanzaron con emoción sobre el Pokémon de agua, y casi al unísono exclamaron: — ¡Genial!
— Este es Squirtle, el Pokémon inicial acuático en la región de Kanto — Añadió el profesor — Ideal para entrenadores amantes de los retos. No es tan dócil como Bulbasaur, pero con el tiempo se puede llegar a formar grandes lazos de amistad con él. Como dato curioso, Squirtle fue mi inicial cuando, como ustedes, yo inicié mi viaje.
Los dos varones se estremecieron de emoción al escuchar aquellas palabras. Ahora más que nunca ambos deseaban al tipo agua en su equipo.
Sin perder el tiempo Gary abrió la tercer y última Pokeball. De ella emergió Charmander el inicial de tipo fuego. El pequeño lagarto tenía escamas de un anaranjado tan brillante como las brasas de una hoguera. Cuatro pequeños colmillitos se asomaban bajo su boca y una chisporroteante llama flameaba en la punta de su cola.
A diferencia de los otros dos Pokémon, Charmander no parecía muy animado. El tipo fuego permanecía sentado con los ojos cerrados, y a simple vista bastante desinteresado de su entorno.
Charmander bostezó, y el aire cálido exhalado se transformó en débiles ascuas que se diluyeron en el viento casi al mismo instante de aparecer.
Él es Charmander, el inicial tipo fuego de nuestra región. — Dijo el profesor acuclillándose para acariciar al pequeño. — A diferencia de los dos iniciales anteriores, este pequeñín es un poco más complicado de domar. Debido a su naturaleza de tipo fuego los Charmander y sus postreras evoluciones suelen ser bastante rebeldes y salvajes, eso sí, cuando el entrenador logra el total control sobre esta monada, den por sentado que se habrá hecho de un aliado muy poderoso para su equipo.
Los tres novatos le observaron con curiosidad, pero el Pokémon ni se inmutó.
— No lo sé. Parece algo… perezoso. — Dijo Dylan frunciendo el ceño con desagrado.
El profesor tomó entre sus brazos a Charmander y este hundió el rostro en la bata del científico.
— Este pequeño es bastante especial en realidad — Añadió Gary — Nació con una curiosa condición en sus ojos, algo muy parecido a una ceguera. — Luna y Brendam reaccionaron conmocionados. — Pobrecillo — Musitó la rubia.
— Pero curiosamente — continuó el profesor — Él no solo posee un leve desarrollo en sus demás sentidos. Por alguna extraña razón, llámenlo un milagro genético o supervivencia innata, este Charmander posee una especie de ecolocalización intermitente. Me lo enviaron para estudiarlo, pero nunca pude averiguar a qué se debe esa extraña variación en su genoma.
Y por primera vez en el día, Brendam guardó silencio. Meditó un rato sin apartar la vista del pequeño. — Ecolocalización intermitente — musitó el oriundo de Pueblo Paleta, repitiendo dos veces más aquel extraño término, pensando en voz alta como solía hacer casi siempre que algo le interesaba. — ¿Que es la ecolocalización intermitente?
El profesor sonrió. Le gustaba que le hiciesen esa clase de preguntas. —Como bien sabrán, los Zubat carecen de ojos y utilizan pequeñas ondas de sonido que regresan hacia ellos si hay algún obstáculo, lo que les permite medir la distancia entre la señal emitida y la recibida, así, al volar evitan estamparse en las rocas o árboles. De esa misma manera este Charmander puede, de alguna forma, decodificar su entorno en base a los sonidos que escucha. Aunque la diferencia entre él y los Zubat es que este pequeño la mayoría del tiempo no puede usar esta habilidad. Por eso le llamo ecolocalización intermitente. Quién sabe por qué no funciona siempre, quizá en un futuro hasta llegue a perder esta peculiaridad, sería una verdadera lástima.
¿Quiere decir que la mayoría del tiempo Charmander es ciego? — Preguntó Dylan.
Técnicamente sí. — Respondió con desánimo Gary. — En fin, una vez hecha las presentaciones pertinentes pueden elegir al inicial que prefieran.
— Eso significa que uno de nosotros se llevará al pequeño Charmander ¿Eso no sería peligroso? — comentó la chica.
El profesor sonrió. La verdad era que solo le gustaba mostrar a aquel pokémon por su particularidad, ya que de vez en cuando, algunos novatos tenían la suerte de verlo en acción. Aquel no había sido el caso.
— No te preocupes Luna, tengo otros Charmander que pueden llevarse sin ningún problema.
En el instante que el profesor dejó de hablar, Dylan dio un paso al frente. — ¿Puedo elegir primero? — El profesor asintió.
El impulsivo entrenador observó meditabundo a los tres Pokémon que tenía frente a él. Luego de un corto tiempo de pensarlo, por fin avanzó. Tomó entre sus brazos al tipo hierba y sonrió con emoción. — Creo que tú serás el elegido.
El corazón de Luna se estrujó dentro de su pecho. Apretó con fuerza los labios, y si hubiese sido una chica más decidida, quizá le hubiese gritado que alejara sus sucias manos de su inicial. Pero ella no era así, ella estaba acostumbrada a guardar silencio y aceptar cualquier sucesión de actos, por muy dolorosos que estos fueran para ella.
— Claro que sí, supuse que escogerías a ese. — Dijo Brendam empleando un tono de voz malicioso y retador.
Dylan giró y le dirigió una mirada furiosa al de Pueblo Paleta. — ¿A qué viene eso listillo?
— Es lógico que buscas el camino fácil al elegir a Bulbasaur. Creí que eras un tipo duro.
Luna miró a Brendam casi boquiabierta. Para el profesor tampoco pasó desapercibido aquel gesto, y sonrió con astucia ante el intento del peli miel por impedir que Dylan se llevara al tipo hierba.
— Yo soy un tipo duro — Bufó Dylan al tiempo que ponía de nuevo a Bulbasaur en el suelo. — He pensado mejor mi decisión, tú serás el elegido. — Y finalmente, para el alivio de Luna, el chico tomó a Squirtle como su inicial.
— ¡Bien, Felicidades Dylan! Has elegido a tu primer Pokémon. — Dijo con algarabía el profesor. — Que pase el siguiente.
Brendam extendió el brazo cediéndole el paso a Luna, esta pasó junto a él, y dejando de lado la timidez, y aun con la cara roja como un sol, le sonrió. — Gracias. — exclamó la rubia en un suspiro que Brendam casi no pudo escuchar.
La chica no perdió el tiempo y sin mucho protocolo cogió a Bulbasaur. Solo ahí fue cuando Dylan se dio cuenta de la treta tan infantil en la que había caído. Detestó aún más al peli miel.
El profesor repitió su felicitación, y como no habría sorpresas en la próxima elección, se dispuso a guardar a Charmander en su Pokeball, hasta que Brendam intervino.
— Yo quiero a ese Charmander. — Todos le observaron intrigados.
— ¡Imposible! — Respondió el profesor. — Este pequeño debe quedarse en el laboratorio por su bien y por el tuyo. No puedes andar por ahí en la hierba con un pokémon tan vulnerable, el no podrá defenderte si un pokémon salvaje ataca, y tu madre me mataría si te llegara a pasar algo.
— ¡Vamos profesor! Usted mismo lo ha dicho, quizá con el tiempo esa habilidad tan peculiar que tiene Charmander se desvanezca. Usted y yo sabemos que eso sucederá debido a la falta de práctica. Este pequeñín lo que realmente necesita para desarrollarse es viajar y entrenar.
El profesor se detuvo y meditó por unos segundos, la idea del pequeño entrenador no parecía tan descabellada, quizá tenía razón, quizá lo que Charmander necesitaba era desarrollarse como un pokémon normal. Además, no podía perder la oportunidad de encontrar el origen de aquella extraña condición. Si antaño su abuelo utilizaba los viajes de los novatos para obtener información valiosa, aquella no podía ser la excepción.
— Te dejaré llevarte a este Charmander con dos condiciones. — El novato lo miró esperanzado y a la expectativa. La primera, trata de llegar intacto a la ruta uno, y la segunda, una vez ahí, busca el centro de refugio para pokémon, la profesora Alana te atenderá, cuando llegues ella ya sabrá que hacer.
Brendam asintió casi sin escuchar, y con la desesperación de un niño frente a un regalo, tomó entre sus brazos al pequeño Charmander. — Hola pequeñín, ya verás lo magnífico que será viajar por todo el mundo. El pokémon se hundió tímidamente en la chamarra de su nuevo entrenador y con gusto se acopló a la calidez de su pecho.
— ¡Bien novatos, una vez elegidos sus iniciales pasaré a hacerles entrega de sus Pokedex!
Un barullo de emoción se escuchó de fondo. Fue entonces que el profesor tomó un portafolio metálico del desordenado escritorio. El maletín se abrió con un sonoro “click” y en el interior, sobre una elegante tela de terciopelo, había tres dispositivos de color rojo con una forma ovalada muy parecida al antiguo Dexnav de la corporación Devon de Hoenn. En el centro de cada uno de los pokedex había un botón que al presionarse desplegaba un menú holográfico con la información de todas las especies de Pokémon en las distintas regiones, y de cada ciudad, rutas y edificios de importancia.
El profesor tomo uno, presionó el botón, y enseguida una luz azulada con una forma cónica invertida emergió del aparato. De inmediato, una voz robótica salió del pokedex: — Bienvenido entrenador, soy Dexter, tu unidad de apoyo durante este viaje, espero poder ayudarte y ser un guía ideal.
Todos murmuraron con asombro, y después de asimilar la emoción cada uno tomó su respectivo pokedex. El profesor también hizo entrega de seis Pokeballs a cada uno. Y así, los tres novatos estuvieron listos para iniciar su gran aventura.
El primero en salir fue Dylan. Lanzó una mirada retadora a Brendam como advirtiendo que tenían una deuda pendiente, para después perderse en el rectángulo luminoso que fungía como puerta.
La siguiente en partir fue Luna. La dulce rubia hurgó en su bolso. Sacó una poción y extendió su brazo para brindársela a Brendam. Él tomó el artefacto, y extrañado por el gesto preguntó: — ¿Qué es esto? —
Luna respondió sin mirarle. — Esto es en agradecimiento por lo que has hecho con Bulbasaur. Es una poción y restaurará un poco la salud de tu pokémon, quizá Charmander lo necesite en un futuro.
El de Pueblo Paleta sonrió con ternura. — No tenías que molestarte Luna. Pero muchas gracias.
La niña sonrió y acto seguido corrió con emoción hasta la puerta. Giró por un segundo y observando a Brendam de espaldas, dijo en voz baja: — Espero volverte a ver.
Por fin Brendam y el profesor estaban solos, el chico había estado esperando aquella oportunidad desde que puso un pie en aquel lugar. Miró a Gary con seriedad y este lo miró desconcertado.
— ¿Sucede algo?
— Bueno, en realidad quería preguntarle algo, es sobre mi padre.
Aquellas palabras retumbaron en el corazón del profesor, sabía que aquella conversación tenía que ver con el incidente de Ciudad Verde hace cinco años. La ansiedad le cerró la garganta como si un Kingler se la hubiera atenazado.
— Hablaremos — Dijo, con los nervios recorriéndole la espalda.