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El hombre, desesperado por no encontrar a una buena mujer dado que se había dado cuenta que ya había sobrepasado sus años mozos, tuvo la genial idea de cortejar a una jovencita recién egresada de la universidad, tratando de deslumbrarla con sus logros profesionales.
-Si me dices que sí.-Siguió el hombre, en un intento por ganar su corazón.-Te daré yates, joyas.
La chica, muy lista, aceptó el trato y el hombre no hizo mas que celebrar el día de su unión cuando inevitablemente terminó en casorio.
Pero, como todo suele acabar en desgracia para los hombres que se casan evitando su inaudita soledad, la mujer tardó menos de un año para dejarlo sin nada, divorciándose casi desde el primer momento y quedándose con su fortuna que tantos años le costó amasar.
Y el hombre, de nuevo solo y ahora pobre, no hizo más que ir a llorar con su amigo, un desgraciado insensible que parecía ahogar su inteligencia en placeres mundanos.
-¡Todas las mujeres son iguales!-Vociferaba el hombre, ya con la veinteava cerveza en mano.-¡Engañan, estafan! ¿Es qué acaso estoy condenado a estar solo?
-Pues yo no sé.-Sonrió el amigo, riéndose de la desgracia del pobre, lo cual solo lo hacía enfurecer más.-¿Esta no es como la quinta vez que te casas? Siempre con chicas menores que tú, que al parecer siempre son más inteligentes que tú.
Él carraspeó, incómodo.
-Bueno…
-Sí, sí, ya sé. Estimulan tu inteligencia. Ahora, dime ¿cuánto?
-¿Cuánto qué?
-¿Cuánto le tomará a esa chica caer en una de las trampas de tu mansión?
-Le tomó menos de un año divorciarse de mí, le tomará menos de un día morir en mis manos. Y si los órganos están bien preservados, menos de un día recuperar mi fortuna.
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