Puede sonar algo arcaico, incluso de mal gusto…Pero indudablemente existen situaciones en los que un hombre debe demostrar, valga la redundancia, su hombría. Así, Ash Ketchum se enfrentó a la mayor enemiga que había tenido hasta ahora. Y verdaderamente la fama de ella la precedía.
No había tiempo para preliminares ¿El lugar? La cocina…lo normal, pensaba él ¿Cuándo? Ahora
Rápidamente los dedos del joven de Pueblo Paleta comenzaron a moverse, presionando y palpando su clara, casi vítrea, piel unas veces, otras acariciando sus definidas curvas. Ella no oponía resistencia alguna…ni tampoco ayuda, simplemente se quedaba cuasi inerte, dejando que esos cada vez más sudorosos dedos recorrieran su lisa y fría superficie, solo de vez en cuando una avinagrada sonrisa se dibujaba en su rostro para recordarle a Ash que no estaba cumpliendo su objetivo. El no cejó en sus empeños, se había quedado prendado de ella hace unos días en el supermercado y ahora estaba en su casa, en su cocina… ¿Pero por qué era tan complicado?
—Pikachu, ayúdame—expresó el de cabello azabache.
El eléctrico roedor llevaba viendo la escena desde el principio, con una mirada curiosa e incluso divertida en ocasiones, mirada que obviamente se transformó en una expresión que clamaba: ¿Será una broma, verdad? No tardo nada en salir huyendo de la cocina. La relación entre ambos, humano y pokemon, era entrañable, pero había cosas que no se podían consentir y por los menos Pikachu no iba a hacerlo.
Ash suspiró y siguió entregado a la tarea, hasta tratar con Iris era más fácil; es más, tratar con Polo era más fácil ¡Por amor de Dios, hasta lidiar con cualquier shippero promedio era más agradable que estrellarse con ese muro de glacial indiferencia!
No tenía el pelinegro la intención de cejar en sus empeños, nunca había sentido algo con tantos deseos. Quería devorarla, mientras el cuerpo de ella resistiera y su apetito durara quería saborearla lentamente y catar todos sus jugos hasta el último momento.
Finalmente, tras tantos forcejeos sin ningún éxito pudo notar como se sentía extenuado y como su cabello estaba impregnado del sudor que también recorría su espalda, para colmo podía oír como la puerta de su casa se abría, su madre y Mr Mime debían de haber vuelto.
—Mamá—dijo con tono derrotado—No puedo abrir la jarra de los pepinillos.
No había tiempo para preliminares ¿El lugar? La cocina…lo normal, pensaba él ¿Cuándo? Ahora
Rápidamente los dedos del joven de Pueblo Paleta comenzaron a moverse, presionando y palpando su clara, casi vítrea, piel unas veces, otras acariciando sus definidas curvas. Ella no oponía resistencia alguna…ni tampoco ayuda, simplemente se quedaba cuasi inerte, dejando que esos cada vez más sudorosos dedos recorrieran su lisa y fría superficie, solo de vez en cuando una avinagrada sonrisa se dibujaba en su rostro para recordarle a Ash que no estaba cumpliendo su objetivo. El no cejó en sus empeños, se había quedado prendado de ella hace unos días en el supermercado y ahora estaba en su casa, en su cocina… ¿Pero por qué era tan complicado?
—Pikachu, ayúdame—expresó el de cabello azabache.
El eléctrico roedor llevaba viendo la escena desde el principio, con una mirada curiosa e incluso divertida en ocasiones, mirada que obviamente se transformó en una expresión que clamaba: ¿Será una broma, verdad? No tardo nada en salir huyendo de la cocina. La relación entre ambos, humano y pokemon, era entrañable, pero había cosas que no se podían consentir y por los menos Pikachu no iba a hacerlo.
Ash suspiró y siguió entregado a la tarea, hasta tratar con Iris era más fácil; es más, tratar con Polo era más fácil ¡Por amor de Dios, hasta lidiar con cualquier shippero promedio era más agradable que estrellarse con ese muro de glacial indiferencia!
No tenía el pelinegro la intención de cejar en sus empeños, nunca había sentido algo con tantos deseos. Quería devorarla, mientras el cuerpo de ella resistiera y su apetito durara quería saborearla lentamente y catar todos sus jugos hasta el último momento.
Finalmente, tras tantos forcejeos sin ningún éxito pudo notar como se sentía extenuado y como su cabello estaba impregnado del sudor que también recorría su espalda, para colmo podía oír como la puerta de su casa se abría, su madre y Mr Mime debían de haber vuelto.
—Mamá—dijo con tono derrotado—No puedo abrir la jarra de los pepinillos.