Ruegan, siempre lo hacen.
Ves el temor en sus ojos llorosos, lo que termina por acentuar su rostro desecho. Él te ve en sus últimos momentos y tiembla; su voz se rompe, trata de forma patética tratar de razonar contigo entre sollozos y lágrimas secas.
No lo escuchas, así como nunca has escuchado a los anteriores.
Está demasiado débil, pero aún así trata de alagar un brazo para tocarte, para hacerte tener empatía por su condición. Está demasiado cansado y tú estás demasiado lejos; él cae de la cama, y escuchas como su cuerpo parece crujir contra el piso. No es como que te importe.
Sacas un reloj de tu bolsillo, hecho del más puro oro con una cadena de plata al final. Ostentoso, innecesario, pero útil a su propósito; echas un vistazo a las mancillas, las cuales se vuelven cada vez más lentas, y esperas pacientemente a que el sonido mecánico de su giro se apacigüe.
Meros segundos pasan cuando ambas agujas se detienen de forma súbita; un suspiro de tiempo para ti, horas de tortuosa agonía para él.
Su cuerpo deja de moverse y entonces el pequeño bolsillo de cuero que cargas se siente más pesado. Su alma está junto a la de otros, que murieron en el mismo aliento que él.
Que como aquel, te vieron, te rogaron, y trataron en su agonía aferrarse a un poco más de tiempo de tu parte.
Un alma humana pesa tan poco, y sin embargo, la humanidad trata de aferrarse a ella lo más que pueda. Oh, ¿cómo habrán tomado esos pequeños cúmulos de energía el hecho de que están atrapado en una oscuridad infinita, sin cielo ni infierno al cual recurrir?
Estás en todos lados, ves cada rincón, cada suceso; cada familia y cada pérdida. Como los caballeros tiran los cuerpos de los desdichados a las fosas comunes, como los afortunados que aún no han padecido la enfermedad huyen de su pueblo en busca de encontrar refugio ante la plaga.
Como los reyes, atemorizados, se encierran en sus castillos hechos de mármol, dejando que el pueblo al que gobiernan sufra los golpes de tu visita. Te reirías por sus acciones tan banales, pero no es como si esos rasgos mortales aplicaran a ti. No es tampoco como si los necesitaras para vagar por su mundo y recolectar sus almas.
No importa quién sea o quién haya sido, tu llegada es inevitable; nobles o mendigos, mujeres, niños, hombres, ancianos; monjes, sacerdotes, brujas. A tu ojos ellos no son más que masa de carne amorfa, que se mueve libremente por el mundo y solo siente rencor por sus acciones pesadas una vez yacen en un lecho de muerte inevitable.
No eres un mortal, no eres una escoria como ellos. Eres tan antiguo como el tiempo y el espacio mismo, y sabes que no vale la pena en pensar en sus comportamientos erráticos; sabes que no los entiendes y que nunca lo harás; aquellos son criaturas tan simples que sería un desperdicio de energía tratar de comprender sus pensamientos.
Los humanos, en su ignorancia y temor, te llaman por muchos nombres; Doctor Plaga, Diablo, Satanás, Muerte. Hay imágenes de ti por todos lados, desde un ser con una máscara de blanca en que recuerda a un cuervo, hasta un demonio con cuernos y patas de cabra; los más recientes son aquellos con que te pintan como un cadáver en una capucha blandiendo una hoz.
Siempre tan amenazante, siempre tan terrible, como si disfrutaras arrebatarles a sus hijos recién nacidos, a sus esposas, a sus padres. Pero no es como si pudiera esperar algo más que ellos; ellos, que se siguen aferrando a la existencia de un ser superior que murió por ellos para poder salvarlos de sí mismos.
Ves el temor en sus ojos llorosos, lo que termina por acentuar su rostro desecho. Él te ve en sus últimos momentos y tiembla; su voz se rompe, trata de forma patética tratar de razonar contigo entre sollozos y lágrimas secas.
No lo escuchas, así como nunca has escuchado a los anteriores.
Está demasiado débil, pero aún así trata de alagar un brazo para tocarte, para hacerte tener empatía por su condición. Está demasiado cansado y tú estás demasiado lejos; él cae de la cama, y escuchas como su cuerpo parece crujir contra el piso. No es como que te importe.
Sacas un reloj de tu bolsillo, hecho del más puro oro con una cadena de plata al final. Ostentoso, innecesario, pero útil a su propósito; echas un vistazo a las mancillas, las cuales se vuelven cada vez más lentas, y esperas pacientemente a que el sonido mecánico de su giro se apacigüe.
Meros segundos pasan cuando ambas agujas se detienen de forma súbita; un suspiro de tiempo para ti, horas de tortuosa agonía para él.
Su cuerpo deja de moverse y entonces el pequeño bolsillo de cuero que cargas se siente más pesado. Su alma está junto a la de otros, que murieron en el mismo aliento que él.
Que como aquel, te vieron, te rogaron, y trataron en su agonía aferrarse a un poco más de tiempo de tu parte.
Un alma humana pesa tan poco, y sin embargo, la humanidad trata de aferrarse a ella lo más que pueda. Oh, ¿cómo habrán tomado esos pequeños cúmulos de energía el hecho de que están atrapado en una oscuridad infinita, sin cielo ni infierno al cual recurrir?
Estás en todos lados, ves cada rincón, cada suceso; cada familia y cada pérdida. Como los caballeros tiran los cuerpos de los desdichados a las fosas comunes, como los afortunados que aún no han padecido la enfermedad huyen de su pueblo en busca de encontrar refugio ante la plaga.
Como los reyes, atemorizados, se encierran en sus castillos hechos de mármol, dejando que el pueblo al que gobiernan sufra los golpes de tu visita. Te reirías por sus acciones tan banales, pero no es como si esos rasgos mortales aplicaran a ti. No es tampoco como si los necesitaras para vagar por su mundo y recolectar sus almas.
No importa quién sea o quién haya sido, tu llegada es inevitable; nobles o mendigos, mujeres, niños, hombres, ancianos; monjes, sacerdotes, brujas. A tu ojos ellos no son más que masa de carne amorfa, que se mueve libremente por el mundo y solo siente rencor por sus acciones pesadas una vez yacen en un lecho de muerte inevitable.
No eres un mortal, no eres una escoria como ellos. Eres tan antiguo como el tiempo y el espacio mismo, y sabes que no vale la pena en pensar en sus comportamientos erráticos; sabes que no los entiendes y que nunca lo harás; aquellos son criaturas tan simples que sería un desperdicio de energía tratar de comprender sus pensamientos.
Los humanos, en su ignorancia y temor, te llaman por muchos nombres; Doctor Plaga, Diablo, Satanás, Muerte. Hay imágenes de ti por todos lados, desde un ser con una máscara de blanca en que recuerda a un cuervo, hasta un demonio con cuernos y patas de cabra; los más recientes son aquellos con que te pintan como un cadáver en una capucha blandiendo una hoz.
Siempre tan amenazante, siempre tan terrible, como si disfrutaras arrebatarles a sus hijos recién nacidos, a sus esposas, a sus padres. Pero no es como si pudiera esperar algo más que ellos; ellos, que se siguen aferrando a la existencia de un ser superior que murió por ellos para poder salvarlos de sí mismos.
![[Imagen: iSs3j2Q.jpg]](https://i.imgur.com/iSs3j2Q.jpg)