• Dulce Pesadilla •
¡¿Soy un Pokémon?!
Parte 1
—¿Disculpe, señorita? ¿Puede oírme? ¿Está consciente, se encuentra bien?... ¿Señorita?
Esas preguntas resonaban una y otra vez en su cabeza, empezaron siendo un susurro y no pararon de aumentar el volumen hasta volverse ensordecedor, no importaba lo suave que intentaba sonar quien le hablaba. Apretó los párpados, teniendo la sensación de despertar de un sueño muy profundo, sintiendo el pasto bajo su cuerpo y la brisa haciéndole cosquillas. Además de, claro estaba, esa grabadora que no dejaba de repetirse una y otra vez.
Mientras soltaba un suspiro decidió abrir los ojos, observando las ramas de los árboles entrelazarse varios metros más arriba, las hileras e hileras de esbeltos y delgados troncos al tiempo que se levantaba, el esplendoroso lago que la cegaba por los rayos del sol que chocaban contra las aguas. No, no todo se sentía tan bonito como sonaba.
—¡Qué alivio! Despertó.
Y la voz seguía ahí, al menos no era producto de su imaginación. Giró solo un poco la cabeza para encontrarse un chacal azul con un antifaz negro de pie en sus patas traseras, se quedó observándolo largo y tendido, recibiendo también la mirada de sus ojos rojos. Entonces despegó sus labios, queriendo responder de alguna manera afirmativa.
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!! —aunque era más seguro que una gran parte del bosque recordaría el grito que profirió.
El acompañante desconocido pegó un brinco por el susto, viendo sin moverse del sitio cómo nuestra protagonista retrocedía instintivamente hasta chocar su espalda con un árbol que bloqueaba su camino, rodeándolo para cubrirse tras éste.
—N-no se asuste —reaccionó entonces el ser azul, extendiendo sus brazos al frente en un intento de verse inofensivo mientras avanzaba—. No quiero asustarla, solo ayudarla. ¿Está todo en ord- eh?
Llegó tras el tronco en el que la chica se había escondido, pero no había rastro alguno de ella. Era como si se hubiese esfumado. Confundido, el chacal rascó un poco su cabeza, desviando la mirada a sus alrededores.
—¿A dónde se fue? —murmuró para sí mismo.
—¿Q-qu-qué eres? —la suave, dulce y completamente asustada voz vino de arriba, provocando que el azulado alzara la cabeza para ver parte de ella asomarse desde una rama alta.
—Soy un Riolu. Ryner, a su servicio —con un brazo en el pecho se dobló para una pronunciada reverencia, siendo observado por los grandes ojos en las alturas.
—P-pe-pero eres un c-ch-chacal, un a-animal, ¡no deberías poder hablar!
—No soy un animal —arrugó la nariz, enderezándose y alzando la mirada para observar a la doncella, ligeramente ofendido—, soy un Pokémon, igual que usted.
—¿Un qué? ¿Un pokeemon? —desplazó la mirada del Riolu en el suelo hacia las vistas a su altura: muchas hojas y muchas ramas. Aturdida, volvió a verlo—. No, no soy uno de esos. Soy un… —permaneció con los labios entreabiertos al reconocer su mente en blanco, incapaz de acabar su propia oración por la falta de información—… S-soy u-un… uhm…
—Si no es un Pokémon, ¿entonces qué es, señorita? Me parece un tipo fantasma corriente.
—¡¿F-fa-fantasma?! —se tensó.
—¿Podría bajar de ahí arriba, por favor? Hablemos, debe calmarse.
—¿De arriba? —alzó la vista, moviendo su cabeza mientras seguía el tronco hasta su posición, acabando en donde la tierra engullía sus raíces, negando efusivamente—. ¡N-no sé c-cómo subí aquí!
—Pues… —el chacal sostuvo sus manos tras su espalda, empezaba a sentirse incómodo— ¿volando, quizá?
—¡¿Pero qué cosas dices?! —exclamó la pequeña con su voz cubierta por un inconfundible pánico—. ¡¡Yo no sé volar!!
—Acabo de decírselo —continuó con calma desde el suelo, intentando sonar razonable—: es un Pokémon tipo fantasma.
Ese día Ryner había decidido pasear por el bosque para calmarse un poco, caminar largas distancias siempre le ayudaba a despejarse, observar la tranquila agua del lago, escuchar los sonidos del viento entre las ramas, ver las hojas caer, pero sin duda alguna aquella extraña situación le parecía… tan inesperada como era, ¡no lo había planeado en absoluto!
Al principio creía que la doncella había tenido un accidente o perdió en alguna batalla y continuaba en reposo, no obstante, su insólito comportamiento le decía a gritos que sucedía algo más. La pobre Pokémon necesitaba ayuda y ¿quién mejor que él para brindársela? Lo único que debía lograr era hacerla bajar de ese árbol, disminuir su histeria y conseguir la información necesaria para tratar su problema, casi nada.
—Bien —se resignó el chacal con un suspiro al comprender la mirada aterrada de la Pokémon de grandes ojos en las alturas—. Voy a subir, por favor, no se mueva.
Dobló las piernas para dar un único salto hasta la rama en la que estaba recluida la chica, quien al verlo tan cerca pegó la espalda al árbol, tan esquinada entre el tronco y la rama como le era posible. Ryner alzó las manos con suavidad mientras se agachaba, disminuyendo así su ‘enorme’ tamaño.
—Hola —intentó empezar otra vez, sonriendo tan tranquilamente como podía, lo cual era mucho—, mi nombre es Ryner, soy un Riolu y no quiero hacerte daño…
Entonces esperó mientras los grandes ojos parpadeaban sin apartarlo de su línea de visión, creyó notar que se relajaba muy levemente, pero un comienzo seguía siendo un comienzo. A la distancia pudo acertar sobre los colores que esos orbes contenían, siendo rosáceos con un tono amarillento donde en los suyos propios estaba el blanco.
—H-hola —susurró en respuesta la pequeña frente a él, alzándose apenas un poco—, y-yo… m-mi nombre es… Digo, soy… Quiero decir… —el ceño se le fruncía con cada pausa entre sus palabras, empezando la confusión a opacar el miedo. Su atención se había desviado a la nada que se encontraba a su izquierda en un inútil intento de recordar algo, sin embargo, unos segundos después la resistencia de Ryner fue aplastada por aquellos ojos vidriosos llenos de desasosiego y soledad—. Y-yo… no puedo recordar qué soy… quién soy… Mi nombre… —un sollozo escapó de entre los labios de la pobre criatura y la punta de dos largos mechones de su cabello, uno a cada lado de la cabeza, cubrieron sus ojos cerrados haciendo la función de manos.
—¡! N-n-no, por favor, no llore —su interior se contrajo, esforzándose en sonreír al captar nuevamente su atención—. Es sólo un olvido temporal —quiso consolarla—, recordará pronto… Por el momento estamos seguros de que es un Pokémon.
—¡Pero está mal! —insistió la fantasmita grisácea, sobrevolando por escasos centímetros la rama—. ¡No debería ser un pokeemon!
—Puede verlo usted misma —sugirió entonces el Riolu, completamente confundido ante esa aplastante seguridad, señalándole el lago a sus espaldas. "¿Cómo puede estar tan segura de ello y, sin embargo, serlo?", se cuestionó en su interior.
Siendo su atención atraída por el extenso cuerpo de agua a espaldas del chacal azul, la fantasmita olvidó su miedo a las alturas, a esa otra criatura e, incluso, al olvido de su propia existencia para confirmar aquello que no debía ser: ¿realmente era un Pokémon? Sobrevoló la distancia que la separaba del lago en un parpadeo, deteniéndose abruptamente en el borde.
"¿Realmente quiero hacerlo?", se preguntó. "¿Y si no me gusta lo que veo?... ¿Y si me gusta, pero sigue sin ser lo que debo ver?... … ¡¿Cómo es posible que olvidara qué soy, o quién soy?!"
Aguantando la frustración, exhaló con fuerza y se inclinó al frente. Por un largo minuto se quedó observando aquellos extraños ojos rosáceos cubiertos por un tono amarillento en lugar de blanco esperando que esa imagen se desintegrara para encontrarse, sin embargo, mientras más aguardaba menos esperanzas le quedaban de reconocerse. Su piel era de un claro tono de morado grisáceo, la cima de su cabeza cubierta de mechones terminados en puntas rosa, un collar de perlas de igual color cubría su cuello y el resto parecía un vestido de masa informe que cambiaba a cada segundo, ¡ni siquiera tenía brazos o piernas! Para lo primero había solución y pudo notarlo al observar en el reflejo dos largos mechones tirando hacia abajo sus mejillas en un claro gesto de desilusión, tal como haría si fuesen sus manos.
—No…—susurró, palpando varias áreas de su nuevo rostro—, es… ¡No!
Siguió los movimientos que sabía que hacía en el cuerpo de agua que supuestamente le devolvía su imagen, pero todo cobró otra realidad cuando notó también sus labios moverse al hablar. Quedó paralizada un instante antes de caer al suelo, sobrepasada por sus emociones, inconsciente.
—¡Señorita! —saltó Ryner de su vigilante posición al verla desplomarse, teniendo cuidado con el pequeño cuerpo al alejarla del agua. Suspiró ante la retorcida situación en la que se veía envuelto y se resignó con una pequeña sonrisa.