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Siempre creí que mi libertad no duraría para siempre, y por eso he deseado vivirla al máximo. Quería aferrarme a ese pensamiento, de tener ese consuelo de haber podido conocer el mundo exterior antes de que llegue el día de mi posible captura y tener que volver al infierno.
Yo viví gran parte de mi vida en un laboratorio siendo un conejillo de indias bajo experimentos y torturas. Pero un día... mi poder se descontroló y huí de ellos.
Quise conocer el mundo en el que vivía, con cierta desconfianza a los pokémon en un principio, pero gracias a un chico de los eevee y una niña... pude ver que no todo en el mundo era maldad, y eso se reforzó al conocer al niño del pikachu cuando luché contra genesect. Desde aquel entonces, han pasado sólo unos meses.
Y ahora siempre que puedo disfruto de mi libertad volando por el gran cielo azul, lugar donde podía sentirme completamente libre junto a las aves. Éstas me llamaron desde lo alto, tal vez distraerse un rato estando en el aire me iba a hacer olvidar el estrés del día. Me acerqué a la orilla del acantilado, viendo que era seguro de usar como pista de despegue.
Respiré hondo antes de dar unos pasos hacia atrás y cuando ya estuve lo suficientemente preparada empecé a tomar impulso corriendo hasta la orilla antes de saltar, la levitación hizo el resto, logrando reunirme con mis compañeras y disfrutar del vuelo.
Mi nombre era Mewtwo. Fui diseñada para ser uno de los pokémon más poderosos del planeta. Desde hace un tiempo estoy viviendo libre de los experimentos de mis creadores y las posibilidades de que me estuvieran buscando eran cada vez más remotas; pero no podía confiarme, quizá sólo estaban esperando que bajara la guardia antes de capturar a quien se atrevió a revelarse contra ellos.
Escuché a mis compañeras avisándome de que estaba volando a una altura muy baja. Estaba tan pensativa que no me di cuenta de que estaba descuidando mi vuelo. Tuve que descansar un momento, manteniéndome en una sola posición y a flote.
—¿Estás bien, Mewtwo? —preguntó la Swanna luego de ordenar que volviera a tierra firme.
—Estoy bien, sólo me descuidé un poco.
Ella me vio no muy convencida de mi respuesta, es más, me miró fijamente como si estuviese mintiendo... sentí que me presionaba con la mirada, esperando que dijera algo más.
—En serio, estoy bien, no te preocupes —contesté cuando volví a emprender vuelo, con la esperanza de que se olvidara el tema.
Vi como ellas se habían reunido en un círculo. De seguro estaban hablando sobre mi condición, pero yo estaba completamente bien, nada iba mal conmigo. Sólo un pequeño incidente hace un mes donde no pude aterrizar adecuadamente y me lastimé un poco. Más allá de eso no ha pasado nada grave. Luego de unos minutos sus murmullos son silenciados y volvemos a nuestro vuelo.
Al cabo de unas horas regresamos al acantilado, mis compañeras se despidieron de mí sin disimular un tono de preocupación. Preferí dejar de lado el tema y me dirigí a una cueva que encontré días atrás para descansar. Siento que sólo se están preocupando demasiado.
Sin quererlo, volví a pensar acerca del pasado, parece ser algo que no puedo evitar.
Desde hace un año he estado en un viaje buscando un lugar al cual pertenecer. Una búsqueda que parecía no tener fin, oprimiendo poco a poco el entusiasmo que me quedaba luego de conocer a ese chico del pikachu y ver como los Genesect encontraron un hogar donde vivir. Di un suspiro de resignación antes de acomodarme en la pared de la caverna.
Cerré los ojos con la esperanza de dormir... no pude. Otra vez soñé con los pokémon que me miraban con recelo, temerosos de mi poder como si no supiera controlarlo. A veces, odiaba ser yo, el no ser un pokémon normal me traía más desventajas que ventajas y tuvo que pasar mucho tiempo para que dejara de pasar por alto este detalle.
Ya no sé muy bien que hacer, ¿resignarme a que no pertenezco a ningún lado? ¿Seguir un objetivo que nació muerto? Oh, me gustaría que las respuestas pudieran caer del cielo, pero es imposible. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un trueno seguido de la lluvia, estaba lloviendo en pleno verano, a pesar de que era extraño, permití quedarme en la entrada de la cueva para darme el lujo de apreciar el paisaje.
Sentí el aroma del suelo mojado, como siempre era un aroma agradable de sentir en momentos así. Sin embargo, se sentiría mucho mejor si alguien pudiera disfrutarlo conmigo. No puedo negar que en momentos me he sentido en soledad, y no hablo de no tener a mis compañeras conmigo en todo momento, sino en algo más profundo, tener a alguien con quien hablar, disfrutar de su compañía y de sus silencios.
Los demás pokémon pueden disfrutar de esto, en cambio yo debo forzar una sonrisa y asentir en silencio.
Tal vez, y sólo tal vez, me hace falta conocer a más pokémon, salir un rato de mi zona segura. Decirlo era tan fácil, pero al momento de ponerlo en práctica las cosas cambian. Nada asegura que los pokémon que conozca tengan alguna intención oculta detrás de un semblante inocente. Y nada afirmaba lo contrario, sin embargo.
Aún suelo desconfiar de los humanos y algunos pokémon, al punto de que prefiero ocultarme y sólo estar con mis compañeras antes de volar por el cielo.
Un trueno hizo que me sobresaltara, sacándome por completo de mis pensamientos. La lluvia se hizo un poco más fuerte, haciéndome entrar más profundo en la cueva para evitar mojar mi pelaje.
La lluvia terminó unas horas después, un buen momento para salir del lugar y buscar alimento antes de que el clima vuelva a empeorar. Confieso que todavía me incomoda tener que cazar a pesar de comprender que es algo completamente natural, pero sabía a la perfección que no iba a vivir en la naturaleza a base de sólo vegetales.
La ventaja de mi tipo ante estas situaciones era que al menos mis presas iban a tener una muerte rápida e indolora, a diferencia de otros tipos donde hay una persecución y una agonía por parte del pokémon.
Ver que el clima no estaba en su mejor momento, creo que debería dejar la caza para otra ocasión.
Caminé por unos minutos dentro del bosque, sin ver árboles frutales a mi alrededor, tuve que volver por donde unos días antes vi unos arbustos con bayas frescas que no pude tomar cuando tuve la oportunidad, muy probablemente varios pokémon hicieron suyas esos frutos, pero valdría la pena ir a revisar.
Me adentré con cuidado, manteniéndome alerta en caso de peligro. Sentí el aroma de las bayas, divisando un arbusto a lo lejos. Bayas zidra, bayas aranja... muchas de ellas se agrupaban en ese arbusto cerca del lugar que recordaba y aún seguían ahí.
Por fortuna pude ver mis bayas favoritas: las bayas meloc. Observé a mi alrededor en caso de que alguien viniera a reclamar los frutos. No vino nadie en todo el tiempo en que recolecté las bayas hasta que tuve suficientes para volver a mi cueva.
Una gota de agua cayó sobre mi nariz, dios, iba a llover otra vez.
Le di una mordida a la baya mientras el ruido de la lluvia llegaba a mis oídos y la luna estaba en su punto más alto. Algunos pokémon vinieron a refugiarse a la cueva, mostrándose algo temerosos ante mi presencia. Los intenté ignorar concentrada en mi comida, pero uno de ellos no tardó en acercarse a mí por curiosidad.
Era un espurr, me miraba con sus ojos inquietantes, no pude evitar mirarlo de vuelta creando así un ambiente incómodo entre los dos. El gatito desvió la mirada al conjunto de bayas a mi lado, escuchando el gruñido de su estómago segundos después.
—¿Tienes hambre? —pregunté haciendo que el grupo de pokémon nos observara.
Espurr no respondió a mi pregunta, sólo dio un paso hacia adelante asintiendo en silencio. Sin pensarlo, tomé una de las bayas y extendí mi mano hacía él.
—Puedes comer si quieres. —El pokémon no se tardó en observarme con cierta duda, sin embargo, no tardó en aceptar mi baya. Vi a los demás pokémon al escuchar más estómagos gruñir—. Ustedes también pueden tomar algunas.
Entre ellos se miraron, sintiendo como si esa decisión de venir o no fuera la más importante de sus vidas. Una kirlia no dudó en venir también, partiendo la baya a la mitad para compartirlo con otro pokémon del lugar.
Comimos hasta que ya no quedó ni una sola baya, ahora sólo nos quedaba esperar a que termine la lluvia para que puedan volver a sus hogares. Mientras esperaban, los pokémon más pequeños que me acompañaban se durmieron a mi lado, los demás siguieron despiertos por unas horas más antes de finalmente dormir.
Los rayos del sol irrumpieron mi visión, las gotas de rocío en las plantas confirmaban que llovió hasta tarde, aparte de que noté que no había nadie en la cueva.
Todos se habían ido.
Era algo predecible, ellos posiblemente tenían compañeros que los esperaban y la cueva sólo fue un refugio. Creo que yo también debo irme de éste lugar para continuar con mi viaje.
El suelo comenzó a temblar cuando estaba saliendo, ¿era un terremoto? No creo que haya sido algo natural, alzando la vista al cielo vi humo en medio del bosque cerca del río. Me sentí sobresaltar cuando escuché un estruendo, viendo a los voladores huyendo del lugar, mis piernas se movieron por sí solas a dicho sitio esperando que no hubiera heridos en la explosión inicial.
El olor a humo se volvía insoportable mientras más me acercaba. Los pokémon iban corriendo en dirección contraria a la mía buscando protegerse de lo que sea que estuviese allá. Dos pokémon parecían exaltados al verme ir en dirección al humo.
—¡Es peligroso ir allí! —exclamó uno obligándome a parar.
—¡Lo sé! —fue lo único que pude contestar antes de seguir corriendo.
No iba a llegar si seguía a pie, tal vez necesito un pequeño empujón.
Cerré mis ojos y respiré hondo antes de sentir una transformación en mi cuerpo, mis piernas se separaron del suelo, sintiendo mi cola desaparecer mientras mis oídos crecían, uniéndose en una corona sobre mi cabeza. Pude impulsarme a más velocidad comparado a hace un momento. Con esta forma pudo superar hasta la máquina más veloz creado por el hombre, llegar al lugar iba a ser un juego de niños.
En un hilo de luz me dirigí hasta el humo, sorpresivamente no era un incendio normal, el fuego estaba alrededor de un pokémon cubierto por una capa, él era el posible causante juzgando su posición de ataque.
—¡Oye! —grité intentando llamar su atención.
El pokémon parecía levantar la mirada al escuchar mi voz, la criatura frente a mí parecía estar en cólera, con sus ojos emitiendo un resplandor azul y estaba cubierto con una capa. Mi cuerpo comenzó a temblar al verlo y mi garganta se secaba junto al estremecimiento de mi cola, ¿acaso tenía miedo de aquel Pokémon? Mi pavor no me dejaba ver mejor sus rasgos, sólo esos ojos azules.
El viento hizo que despabilara, notando que ya no había nadie a mi alrededor. Ese pokémon... ¿Por qué... lo sentí tan familiar?
Pasaron unas horas luego de mi encuentro con ese pokémon, a pesar de estar concentrada ayudando a apagar el fuego, mi subconsciente sigue pensando en esos ojos aterradores. Los otros testigos escaparon apenas vieron la oportunidad, afortunados a comparación de los pokémon calcinados que vi cuando el cielo se despejó.
Así que me quedé sin ninguna pista sobre su físico ni el porqué hizo todo este desastre. Me asusta el pensar que en cualquier momento podría volver a terminar lo que empezó.
Uno de los pokémon que vi anoche se acercó a mí con un pedazo de tela en su mano.
—¿Eso lo tenía el pokémon? —pregunté agachándome para estar a su altura.
¿Por qué un pokémon iba a usar algo para ocultar su identidad? Fue lo que pensé cuando tuve el paño en mis manos, agradecí al otro pokémon por entregármelo. Al menos tenía una pista para identificarlo.
Me interesaba saber quién era, que era y por qué estaba en un ataque de ira. Tal vez, quería creer que él tuvo sus motivos para todo lo que hizo.
Y estoy dispuesta a encontrarlo.