4.
Te veo llorar, te veo reír.
—Necesitas salir, Serena. No puedes seguir encerrada aquí —Ordenó Grace, pero no recibió respuesta del interior de la habitación.
Hace ya varios días que su hija se había encerrado a cal y canto en su cuarto. Apenas salía para comer una —o máximo dos— veces al día y se la pasaba acurrucada en las sábanas; a veces viendo el techo, a veces llorando desconsoladamente. Después de intentarlo cuatro veces, y fallar en todas, es casi natural que se termine perdiendo el camino; y es doloroso. Pero es en esa incertidumbre que se forman los verdaderos ganadores, y era tiempo de que Serena lo aprendiera.
—Serena, si no me abres la puerta, habrá consecuencias —insistió Grace.
El pasador se liberó. Su hija le parecía irreconocible. Estaba pálida, con el cabello enredado y descuidado, y con unas ojeras que le llegaban hasta los pies. Parecía enferma; gravemente enferma; pero, sobre todas las cosas, parecía triste. En sus ojos no brillaba la emoción de siempre, sino una pena inmensa.
—Cariño —musitó Grace acariciando su mejilla—, saldremos de esta, te lo prometo. Pero necesito que me ayudes; ayúdame, ¿sí?
Serena asintió. Grace la cobijó en sus brazos y la llevó de la mano a la cocina; el olor de los pokelitos y el té casi había desaparecido. Se sentaron una frente a otra en la barra; comieron la mitad de los pasteles, bebieron un par de tazas de té verde y se quedaron calladas. Entre ambas siempre había existido una comunicación silenciosa, una conexión.
—Amor mío —empezó Grace, viéndola a los ojos —, enfrentar el fracaso nunca es sencillo; y el camino a la cima está lleno de este. Hoy, ayer, la semana pasada, no fue tu oportunidad; pero esta llegará. No quiero que te frustres, que eches todo lo que has trabajado por la borda y que te sientas inútil. No lo eres. Pero, debes aprender a lidiar con estas emociones de otra forma.
Silencio. Dos pokelitos más.
—Hay un nuevo concurso —musitó Serena —, es de moda invernal; en Ciudad Fractal.
—Vamos.